Keynes para armar

Teoría y práctica económica desde la periferia, 1930-1947

Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, las nociones keynesianas vinculadas al manejo cambiario y monetario, así como también la importancia de ciertas regulaciones estatales para la conducción económica, fueron imponiéndose en la teoría y en la práctica económica de buena parte de Occidente. Aún más, la idea misma de “keynesianismo” funcionó como una etiqueta que englobaba un conjunto de herramientas, consideradas legítimas para definir una terapéutica exitosa en el manejo de las crisis. Si bien esto es cierto, la obra de John Maynard Keynes que pareció sintetizar esas ideas, The General Theory of Employment, Interest and Money (Keynes, 1936), fue un mojón en un derrotero mayor tanto del propio economista como figura pública cuanto de los comentarios y avances que esa Teoría tuvo en la prensa periódica, en la divulgación sobre sus ideas realizadas por círculos de economistas de todo el mundo en formato de libros, revistas y conferencias. La circulación de esa obra, pero sobre todo de su figura pública, fue parte de una circulación trasnacional de ideas, que excedía el conocimiento del experto1.

En este trabajo nos interesa detenernos en la relación entre teoría y práctica económicas: es decir, hacemos foco en las estrategias de construcción de legitimidad tanto de la puesta en práctica de medidas económicas como del estudio de la economía como ciencia, con especial interés en la relación entre las dos facetas de la economía, la política y la práctica. Con este fin, centraremos nuestra atención en la Unión Industrial Argentina y en la producción de tesis de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. En estos ámbitos, Keynes funcionó como el portavoz de una serie de premisas que en ninguna medida deberían considerarse producto de autoría única sino de un momento específico signado por la necesidad de repensar los vínculos entre el mundo económico y el mundo estatal, entre otros. La temprana, pero esporádica y azarosa, mención de Keynes en la publicación de los industriales –en comparación con la existente en la producción de tesis académicas, tal como veremos más adelante–, permite pensar cómo encontraron en esa voz un argumento teórico para sostener posiciones que en buena medida ya estaban presentes en sus demandas. Las correas de transmisión variaban y se disponían de acuerdo a intereses diversos, no siempre directamente vinculados: la figura y producción de Keynes tuvo importancia concreta en la pregunta por la economía y su definición entre teoría y práctica en un mundo considerado en crisis, homologada a, entre otras cosas, los avances de las masas y de la revolución.

El Keynes del equilibrio: la crisis del liberalismo y sus terapéuticas

El caso del keynesianismo tiene una particularidad sobre la que vale la pena detenernos: se trata a la vez de una propuesta práctica de terapéutica sobre la crisis económica y de una posterior teorización de esos contenidos. Es decir, Keynes parece haber ofrecido dos versiones diacrónicas: la primera, a inicios de los años 1930, dirigida a un público amplio y en un registro más ensayístico, y otra formulada en su libro The General Theory en 1936, organizando esos contenidos en función de una serie de argumentos que tuvieran consistencia teórica. Esa consistencia y profundidad explicativa era necesaria para ciertos interlocutores, los economistas profesionales, pero no para quienes, desde espacios políticos y corporativos, habían hecho suyas sus primeras propuestas. The General Theory, de hecho, ha llamado la atención por su “fascinante oscuridad” (Galbraith, 2014), como si en cierta medida el Keynes teórico hubiera sido presionado por una ciencia económica que al profesionalizarse se clausuraba sobre sí misma, creaba una jerga e intentaba –sabemos ahora que con éxito posterior– imponerse como la herramienta útil para operar ante determinada coyuntura. Podemos pensar hasta qué punto la publicación de ese texto guarda relación –y de qué modo– con las diversas formas en que la producción ensayística opera en el ámbito del debate público. El ensayo funciona en gran medida como “estrategia textual de intervención pública”, cuya intención es la de “transmitir una exégesis personal y subjetiva de una realidad en crisis” (Saítta, 2004: 107). El género, entonces, no se plantearía como algo que propone un nuevo sistema de interpretación, por más que asegure que sí lo hace. Ofrece, por el contrario, “un ejemplo interpretativo que forma parte del saber común: ironiza y confirma lo que parece una sospecha” (Saítta, 2004: 108). Son interpretaciones que “buscan llenar lo que se advierte como un vacío de sentido, dar cuenta de realidades sociales que son a la vez demandas existentes” (Saítta, 2004: 109)2. Las ideas de Keynes estaban ya en alguna medida asentadas tanto en la prensa cuanto en las operatorias de gobiernos como el estadounidense. Eran también menos originales en 1936 porque ya habían sido parte de las alocuciones del propio Keynes desde comienzos de los años 1930. Así, podríamos decir que Keynes fue al mismo tiempo Keynes –una figura reconocida– y fue convirtiéndose en una suerte de “precursor” –en el sentido en que Jorge Luis Borges lo propone para el caso de Kafka– de otras ideas que, como las del proteccionismo y nacionalismo económico, no necesariamente le pertenecían, con las cuales ni habría estado de acuerdo in toto, pero que fueron releídas bajo su estela.

Con esto queremos decir que Keynes ya tenía un “nombre” antes de la publicación de The General Theory, que su brillo como figura pública estaba en ascenso previamente a 1936, y que algunas de sus propuestas eran ya también vox populi: durante y después de la Primera Guerra fue un alto funcionario en el Tesoro inglés, y como representante del gobierno fue enviado a Versalles para participar de las negociaciones de tratados y del escenario que abría la posguerra. La condición del “nombre”, entendido aquí como la legitimidad que había adquirido su figura como autor de intervenciones en la esfera pública en asuntos considerados de relevancia nacional e internacional, permite comprender que su internacionalización sea también parte de cómo sintetizó esas intervenciones en un “panfleto crítico” respecto de esas negociaciones y las condiciones del tratado firmado en Versalles, y publicado en 1919 bajo el título “The Economic Consequences of the Peace” (Keynes, 1919). En palabras de Tony Judt, “Así, en 1921, transitando los treinta años  todavía sin ser el autor pionero de The General Theory, Keynes ya era famoso” (Judt, 2012: 294)3.

Placa azul ubicada en el sitio donde vivió Keynes (46 Gordon Square, Bloomsbury, Londres). Las blue plaques son un reconocimiento oficial a personajes destacados de la ciudad de Londres.

Esta fama no era necesariamente índice de que fuera tomado en cuenta en los asuntos de Estado, o en otras palabras, podía ser considerado como alguien que “no era confiable en los Asuntos Públicos” (Galbraith, 2014: 300). Más allá de la exageración de este enunciado, es cierto que esos “asuntos públicos” lo tendrían muy en cuenta cuando los alcances concretos de la crisis económica de los años 1930 abrieran una hendidura a las hipótesis de cómo sortear el crac, atendiendo entonces a otras variables que las de la economía clásica. En otras palabras, el periplo que lleva a Keynes a publicar en los años 1930 una carta pública al presidente Roosevelt (Keynes, 1933b) forma parte de la conformación de un nombre cuyas principales ideas fueron desplegadas en un sinnúmero de artículos en diarios de su país y fuera de él y en conferencias.

Alocución radial de Keynes «When the Day of Peace Comes» (1939)

Según el obituario que le dedicara el diario argentino La Nación en 1946 (“Lord Keynes”, 1946), Keynes también habría mostrado su interés en la Argentina y en los países de Sudamérica en general, al enviar en 1931 una carta a ese periódico. Allí –según el obituario– recordó la incidencia psicológica de las crisis, cuya evaluación podía asignar a su gravedad un equilibrio que justipreciara la “depresión” en su carácter coyuntural y no como un imposible de ser resuelto. Esto data ya a comienzos de los años 1930, una impronta que luego sería su marca de agua.

Si The General Theory apuntaba, como menciona Rolando Astarita, a evitar la “‘pelea final’ entre ‘ortodoxia y revolución’” y “su fin es formular una teoría general de la ocupación, a partir de la cual se pudieran concebir medidas para eliminar el desempleo masivo, la distribución del ingreso excesivamente desigual y las crisis catastróficas” (Astarita, 2012: 22), esto implicaba también revisar los presupuestos de las teorías económicas anteriores, en particular la tradición clásica (que Galbraith aclara con un “no socialista”), cuya principal afirmación era que la economía librada a sus propias reglas encontraría cómo asegurar el equilibrio de pleno empleo4. Esto es que, ante la existencia de desempleo, los salarios del trabajo bajarían en relación con los precios.

Retrato de John Maynard Keynes por Roger Eliot Fry, miembro del Círculo de Bloomsbury.

De este modo, con márgenes más altos y salarios más bajos se volvería rentable emplear a quienes antes no habrían tenido un rendimiento adecuado. La piedra de toque de este equilibrio parecía estar en la consideración de que las disputas en torno del salario, junto con el corolario de la injerencia de los sindicatos para aumentarlo, iniciaban la rueda del aumento “artificial” del salario con el crecimiento del desempleo. En el caso de las tasas de interés, estas supuestamente disminuirían si las personas decidieran aumentar sus ahorros. Con lo que aseguraban así el gasto total del ingreso y, como corolario, el aumento de la inversión (compensando la reducción del gasto de quienes consumieran menos). El gasto total no se vería así afectado por las variaciones de los gastos de consumo o de las decisiones de inversión, cuyo desequilibrio llevaría al desempleo.

Por el contrario, Keynes “[c]entró su atención en el poder de compra total de la economía”, (Galbraith, 2014: 301) es decir, en la demanda agregada. En este sentido, desestimó el argumento que afirmaba que las reducciones de salarios aumentaban el empleo. Sucedería exactamente lo contrario: junto con otros cambios podía reducirse la demanda agregada. Además, sostuvo que el interés era el precio obtenido por el intercambio de efectivo o de su equivalente, y no el precio pagado por el ahorro; además, el interés no podría disminuirse totalmente. Así, el ahorro no tenía como consecuencia necesaria una tasa de interés menor y una inversión mayor. La demanda de bienes podría verse reducida, como la inversión y el empleo, al menos hasta que ahorro e inversión volvieran a un punto de equilibrio (mediado por la dificultad de ahorrar y, por ende, el aumento del consumo). El equilibrio de la economía estaba supeditado a “una proporción de desempleo no especificada” (Galbraith, 2014: 302). Frente a esta interpretación, Keynes asumió que debía restituirse la demanda agregada de modo tal que todos los trabajadores tuvieran empleo. Para hacerlo, propuso justamente complementar el gasto privado con el público (para evitar que el ahorro superase a la inversión). Para ello, debía financiarse el gasto público con crédito, incluso si fuera necesario incurrir en déficit (porque si hubiera impuestos de compensación, como forma de ahorro, sería imposible que el gasto público cumpliera con su papel). En suma, “[e]sto resume a Keynes, si se pudiese condensar en dos párrafos” (Galbraith, 2014: 302).

Portada de The General Theory of Employment, Interest and Money, primera edición, Londres, Macmillan, 1936.

Como ha afirmado Peter Hall en un ya clásico estudio sobre el peso de las “ideas de Keynes”, ellas se encuentran asociadas con la transformación del rol económico del Estado, y si bien no fue Keynes el responsable de la expansión del Estado de Bienestar –muchas veces asociado a su nombre–, “sus teorías atribuían cada vez más responsabilidad a los gobiernos sobre el rendimiento económico, y sus ataques a la prioridad que la economía clásica le daba al presupuesto equilibrado ayudaron a aflojar una restricción fiscal que se interponía en el camino de programas sociales más generosos” (Hall, 1989: 4). A la vez, esa internacionalización, sumada a una apuesta que contemplaba intervenciones tanto en el ámbito del funcionariado británico –como en la conferencia privada, las cartas y discusiones públicas–, hicieron que la figura y palabras del economista británico también fuesen motivo de estrategias específicas de diversos actores como, por ejemplo, la Unión Industrial Argentina, desde uno de sus principales órganos de difusión: la revista de la corporación. En otras palabras, Keynes fue parte de un uso concreto de muchas otras ideas vinculadas al manejo de la economía y de la incidencia que debería o podría tener una asociación como la industrial en Argentina, según sus propios representantes.

La publicación de la UIA, los Anales de la Unión Industrial Argentina (luego de 1936 titulada Revista de la Unión Industrial Argentina), es una puerta de acceso para recuperar un repertorio de debates y posiciones que exceden al organismo. Sus páginas replicaron notas que habían aparecido en la prensa diaria, conferencias, discursos políticos, etc. Para los años 1930 la industria nacional era ya un entramado diverso y extenso de producción que involucraba a un buen número de obreros. Lo que la Unión Industrial presentaba en las páginas de su revista mensual tenía, para entonces, un público amplio.

La primera mención al economista inglés aparece en los Anales correspondientes al mes de mayo de 1933, en la nota que recoge las expresiones de la conferencia “La crisis económica del mundo”, ofrecida por el ex ministro de Hacienda Enrique Uriburu5 en el instituto de La Prensa el 12 de mayo de ese año:

Maynard Keynes es muy directo: es partidario de la emisión y de que el Estado gaste. “Antes –dice– no se concebía que el Estado gastara en otra cosa que en guerras lo que tomaba prestado. De allí que en el pasado había que esperar un conflicto para curar una crisis. Espero –continua diciendo– que en adelante podremos gastar en empresas de paz lo que las máximas financieras del pasado no permitían gastar sino en aventuras de guerra”. Esto es cierto. Cuando la iniciativa privada no actúa, tiene el Estado que tomar su lugar. El Estado debe crear fuerza adquisitiva con obras reproductivas. La iniciativa privada seguirá seguramente el impulso, pero hay que darlo. (“La crisis económica del mundo”, 1933: 19).

El año 1933 fue particularmente activo, tanto para John M. Keynes como para la economía argentina. En mayo de ese año el inglés había editado su libro The Means to Prosperity (Keynes, 1933d), que era en realidad la compilación de los artículos que había publicado ese mismo año en el periódico The Times, en Londres, del 13 al 16 de marzo, y  que poco después aparecerían también en la revista New Statesman and Nation en abril de ese mismo año. Ese escrito permaneció sin traducción al español hasta 1988.6 Así, la frase de Keynes que retoma Uriburu en mayo de 1933 (Keynes, 1988a: 355) estaba disponible entonces solo en esos artículos publicados en abril de aquel año. Es decir, a menos de un mes de ser publicadas en el periódico inglés, ya fueron retomadas por el ex ministro y publicadas en los Anales de la Unión Industrial. Que se publique en las páginas de los Anales, y que quien menciona a Keynes sea Uriburu, representa varias cuestiones relacionadas entre sí. El cuerpo de industriales tenía una importante composición extranjera, los vínculos con los debates que estaban teniendo lugar fuera del contexto nacional eran fluidos, por contactos familiares y/o por la posibilidad de leer en otros idiomas además del español. Cuando en 1933 Uriburu menciona a Keynes en su conferencia lo hace a través de un acceso directo a la obra del inglés. Que Uriburu haya sido interpelado por lo dicho por Keynes da cuenta de un proceso que no fue exclusivo de la Argentina, sino que acompañó al keynesianismo en buena parte del mundo: el ser apropiado primero por sectores políticos y corporativos, en pos de la aplicación práctica de sus premisas (tal como estudia William Barber para el caso de los Estados Unidos, donde un grupo de economistas prácticos “llegó de forma independiente al mensaje central de la doctrina keynesiana para la política económica”; Barber, 1981: 178).

En 1933, The Economic Consequences of the Peace era la única obra de Keynes que tenía ya una versión traducida al español, como Las consecuencias económicas de la paz, cuyo original había sido publicado en 1919, y un año después en español, por la editorial Calpe de España (Keynes, 1920). Ese trabajo, escrito al calor de la culminación de la Gran Guerra, poco adelantaba de lo que luego será conocida como la teoría keynesiana. El Keynes que cita Uriburu y recupera la Unión Industrial Argentina en sus Anales, entonces, es un Keynes de primera mano, leído a la luz de una coyuntura que permaneció vigente en las páginas de la publicación, donde la Conferencia Económica Internacional de ese mismo año, por ejemplo, fue otro hito revisitado. Convocada por la Sociedad de las Naciones, la reunión tuvo lugar en Londres entre junio y julio de ese mismo año, y se buscaba organizar el comercio internacional posdepresión. Para ello, proponía la estabilización de las monedas fuertes (dólar, libra y franco francés) como el camino para lograrlo. Keynes participó públicamente, dando recomendaciones para la toma de decisiones (Keynes, 1988b). Su propuesta incluía la indicación de un aumento del gasto financiado vía préstamos, como forma de elevar los precios mundiales, a lo que debía sumarse una reducción de la presión fiscal en simultáneo para potenciar el efecto positivo en la economía. La clave entonces sería la expansión de dinero de reserva internacional en base al precio del oro (Keynes, 1988b: 366)7.

El Keynes que recupera Uriburu, además, es un Keynes que puede ser leído desde la política. La figura pública lo es en tanto es apta para ser aprehendida desde un mundo de sentidos amplio. El Keynes de The General Theory es un Keynes que habla a economistas en un momento en que la economía se estaba estableciendo como un saber científico al que no se podía acceder simplemente por ser portador de herramientas de la política. Pero el Keynes de 1933 es un Keynes accesible, y ello se debe a una concepción de la economía en tanto dual, esto es, la teoría y la práctica económicas como dos caras de una misma moneda, y no parece corresponder con una por entonces escasa maduración de su producción teórica. El Keynes público le hablaba a los presidentes, como Roosevelt, y a quienes tomaban decisiones en materia económica. Podemos pensar que la mención de Uriburu y la reproducción de su discurso en los Anales funcionaron como uno de los tantos modos en que se apelaba a una estrategia tanto coyuntural cuanto macerada en plazos más largos.

La publicación del discurso de Uriburu además se hacía cuando el golpe de estado de 1930 llevaba ya tres años, y para quienes el golpe aseguraba un orden frente al entrometimiento de la política en materia económica, las palabras de Keynes justificaban esa intromisión desde la propia dinámica económica, entendida como “práctica”. Los enunciados de Keynes más cercanos a los intereses sectoriales eran funcionales a la disputa política de la Unión Industrial Argentina. De allí que, siguiendo a Pierre Bourdieu (2000), las operaciones de selección que la publicación industrial haya realizado merecen atención. Más aún cuando su lugar como actor político de relevancia era preponderante en los años 1930.

Pero esta apelación a la práctica (muchas veces en tensión y contraposición con la teoría económica) no era nueva en las manifestaciones de los industriales. Resulta interesante cómo, ante la coyuntura posdepresión, en los primeros años de 1930 la revista de la asociación de industriales establecía un paralelismo entre aquel escenario y la coyuntura suscitada alrededor de las crisis económicas de 1873 y 1890. En las páginas de los Anales se vuelven a publicar en marzo y abril de 1933 sendas notas que reproducen “Recuerdos de la memorable sesión de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación del 18 de agosto de1876” (1933). Algo similar ocurre en noviembre de ese mismo año cuando se publica “La Biblia económica de Pellegrini” (1933). La Unión Industrial Argentina recupera a los “padres fundadores” de la industria nacional, a la vez que inscribe su siempre vigente reclamo por la defensa de la producción nacional en una línea histórica que excede la actualidad. Al momento de justificar esa demanda, lo hicieron usando como argumento la primacía de la razón práctica sobre la teórica. De acuerdo a esta interpretación, los industriales hacen la economía, y por lo tanto la conocen mucho más en profundidad que quienes teorizan desde el desconocimiento de la realidad local.

Recordemos, sólo a modo de ejemplo, el mitin organizado por la asociación en el Luna Park en junio de 1933, donde se reunieron alrededor de setenta mil trabajadores para reclamar que se cumplieran todas las condiciones establecidas en el tratado económico celebrado con Inglaterra un mes antes, conocido como pacto Roca-Runciman, especialmente aquellas que podían afectar positivamente la industria local y que la UIA consideraba aún desatendidas8. Allí Luis Colombo, presidente de la asociación de industriales, inscribió la manifestación en una línea histórica que se remontaba a los orígenes mismos de la Unión Industrial en 1887, producto de la unión de dos organizaciones de industriales previas, el Club Industrial Argentino (creado en 1875) y el Centro Industrial Argentino (fundado en 1878). Esa línea histórica valoraba la práctica de los industriales y su conocimiento de la realidad económica local. Esto incluyó, en otras ocasiones, una crítica solapada a la formación teórica de los economistas y dirigentes locales, a la que consideraba “imbuidos de liberalismo leído en tratados de economistas extranjeros que consideraron economías y países antípodas a nuestras posibilidades y a nuestra población cosmopolita” (“El banquete al señor Luis Colombo adquirió las proporciones de un homenaje nacional”, 1934: 17). Colombo era un digno representante de los industriales argentinos, hijo de inmigrantes “modestos labradores” (ídem: 13), había iniciado su trayectoria laboral en su Rosario natal como director de compañías de seguro; fue miembro y director de la Bolsa de Comercio de su ciudad y presidió también la bodega Tomba. Más allá de su capital social inicial, Colombo llegó a ser habitué de la Casa Rosada, desempeñando un rol decisivo –dos días antes del golpe de estado de septiembre de 1930– en la renuncia del presidente interino Enrique Martínez, vicepresidente de Hipólito Yrigoyen, entonces a cargo de la presidencia por enfermedad del primer mandatario9. El vínculo con el poder puede ser imputable a una combinación de sus cualidades personales (fue un activo difusor de la protección industrial en radios, prensa y reuniones políticas, organizó conferencias y exposiciones permanentes, etc.) con el rol institucional que representó por veinte años. Era, en palabras de Jorge Schvarzer, un miembro de la clase dirigente argentina (Schvarzer, 1991: 59)10. Cuando el 17 de mayo de 1933 se realizó un banquete en su honor en el Teatro Cervantes de la ciudad de Buenos Aires, allí se hicieron presentes ministros nacionales (de Relaciones Exteriores y Culto, de Obras Públicas, de Agricultura), el jefe de la Casa Militar, diputados nacionales, senadores, el vicepresidente del Banco de la Nación, el subsecretario de Relaciones Exteriores y el consultor económico de los Ministerios de Agricultura y Hacienda, Dr. Raúl Prebisch, entre muchos otros funcionarios nacionales, provinciales y de la Capital (“El banquete…”, 1934: 3).

Portada de los Anales de la Unión Industrial Argentina, junio de 1934.

El homenaje, que “se desarrolló en un ambiente de emoción patriótica”, resaltó las cualidades nacionalistas de Colombo y el hecho que sea “un hombre de trabajo formado por sí solo” (“El banquete…”, p. 3). La formación adquirida en la práctica y la relación de ese conocimiento con las particularidades locales le otorgaban, a entender del propio Colombo, una legitimidad por encima de los conocimientos teóricos. Más aún, las páginas de la revista industrial repetían mes a mes lo errado de la biblioteca con la que se enseñaba economía localmente: “Los teóricos librecambistas pretenden hacer escuela, en nuestro país, a base de información exclusivamente libresca y extranjera. Olvidan que para estudiar la economía de un país no hay mejor libro que la observación directa de los hechos. Así lo afirmó Federico [sic] List, el apóstol del nacionalismo económico” (“El mejor libro para estudiar economía”, 1934: 45). Es que, en efecto, la incorporación al debate local de contenidos del nacionalismo económico alemán a fines del siglo XIX también dependió en gran medida de las publicaciones de las asociaciones industriales, que parecieran haber cumplido un rol central al hacer referencia a una serie de autores que se encontraban fuera de la currícula universitaria, como por ejemplo el mencionado Friedrich List.

Tres años después, desde la UIA celebraban la alocución del diputado nacional Juan Simón Padrós, quien dedicó parte de su presentación en favor del presupuesto que estaba votándose a una defensa de la protección de la industria argentina. Lo que aquí nos interesa son los argumentos por los cuales este diputado –a la sazón miembro de la Comisión Nacional del Azúcar y también socio de ingenios azucareros– insistió en explicar la conveniencia del proteccionismo industrial en el escenario de entreguerras. Y para ello tipificó ese proteccionismo como un instinto, el mismo que el del “creyente hacia la religión”, y también como una tercera opción en los vínculos entre teoría y práctica:

Creo que la sistematización de las ideas que constituyen doctrina, que fundamentan teorías, a veces encauza los hechos y los provocan. Otras veces son sincrónicas y existiendo teoría, hay un hecho determinante que produce la cristalización del fenómeno político, económico o social. Otras veces los hechos se adelantan a la teoría, porque cuando se presenta sistemático a través del tiempo y distancia, e invade y llega a los confines del mundo entero, hemos de reconocer que alguna teoría tiene que haber, aunque todavía no traducida con anterioridad al hecho. Entre el primer grupo citaré el ejemplo de la Revolución Francesa. Es evidente que aquellos filósofos que se llamaron Voltaire y Rousseau, fueron los que sentaron los jalones de lo que tenía que ser la realidad cercana entonces, es decir, la consagración de los derechos del hombre, de modo que la teoría se adelantó al hecho, la idea alentó la revolución.

Sin embargo, no han sido así siempre las revoluciones, como el caso de Rusia. Es exacto que existía allí una idea revolucionaria, es exacto que las fuerzas de esas ideas abatieron una y mil veces la fortaleza de Petropawlosk; pero también es exacto que si un hecho, la guerra europea, no hubiera traído para Rusia el derrumbamiento de su ejército y el cataclismo que esto representó en la organización zarista, no hubiera permitido que la revolución comunista triunfara.

De modo que aquí hay un ejemplo de que existiendo una idea anterior, fue necesario el hecho sincrónico y contemporáneo para que se produjera la realización de la teoría. Y conste, señor Presidente, que no hago sino una relación de carácter histórico, sin entrar al fondo del asunto en ningún orden de ideas.

En materia de proteccionismo creo que existe un tercer caso. Un ejemplo típico de que el hecho producido en el mundo entero sin que la teoría haya sido todavía difundida en los términos académicos y que, dentro de un plazo no lejano, la encontraremos establecida y determinada formalmente. Pero estos hechos, nos obligan en este caso, aun para aquellos que no tengan convicción de la teoría. (“Brillante alegato del Diputado nacional Ingeniero J. Simón Padrós,…”, 1936: 3–5)

La alocución del diputado Simón Padrós expone al menos dos temas centrales a los efectos de este trabajo: la importancia, por una parte, en la ponderación entre “hechos” y “teoría” y, por la otra, en la lectura que se consideraba acertada de un momento histórico determinado. Así, la obligación a la que hacía referencia Simón Padrós estaba del lado de los “hechos”. Eran éstos y no una teoría o idea alguna la que podía privilegiarse en un mundo convulsionado. A esos mismos “hechos” apeló al hacer una caracterización de la guerra y, en particular, a la firma del Tratado de Versalles:

Hemos visto más de veinte naciones que se han agrupado alrededor de una gran potencia para cerrar el círculo económico alrededor de otra que, al fin y al cabo, no tenía guerra directa con ninguna de ellas. ¿Cuáles serán, entonces, las medidas que tendrá que adoptar, cuál será su alcance el día que otra guerra futura estalle? ¡Y ojalá no lo veamos! ¿Cómo podremos impedir por un instante que los países mantengan su régimen de defensa económica a base de la protección aduanera? (“Brillante alegato del Diputado nacional Ingeniero J. Simón Padrós …”, 1936: 7)

Las argumentaciones de Padrós eran similares a aquellas que, desde diversos sectores de la política y de la industria, planteaban sus intereses particulares como idénticos a los intereses del país. En este sentido, defender a la industria tenía una carga moral, ese acto era la obligación del buen ciudadano11. Es notorio cómo Simón Padrós reponía un dato que también preocupaba a economistas y políticos desde al menos 1917, y más aún luego de la Primera Guerra y el crack-up de 1929, que habían venido a mostrar una crisis del liberalismo económico y político: las revoluciones eran un hecho (como lo habían sido la de Mayo y la Rusa), y ante ellos había que practicar una terapéutica acorde al diagnóstico. Esa terapéutica también fue, como sabemos, parte de las preocupaciones de J. M. Keynes y de sus intervenciones públicas desde 1918 en adelante. La diferencia crucial es que la terapéutica utilizada en Argentina fue, como en otros lugares, focalizada en política, retomando viejas premisas vinculadas al desarrollo del liberalismo vernáculo: el peso del orden –desde 1930 el gobierno existente era producto de un golpe de estado– y el progreso –asumiendo que éste debía considerar cierto rango de proteccionismo económico–.

El keynesianismo en su primera versión, la de contenido práctico destinado a la intervención en política económica, encajaba perfectamente con la prédica de la asociación de industriales. Podemos sostener que hay un uso estratégico de esos contenidos los que, por otro lado, no deberían ser considerados obra exclusiva del economista inglés; por el contrario, creemos más acertado ubicar su propuesta en un clima de debate post depresión económica internacional, donde se ensayaron políticas de intervención de amplio espectro en muchos países casi en simultáneo (el New Deal en los Estados Unidos y el Plan de Acción Económica Nacional de la Argentina, por ejemplo, fueron parte de ese repertorio). El hecho de que Keynes haya condensado en los primeros años de 1930 un debate que lo excedía puede relacionarse con su rol de figura pública, como mencionamos antes. Colombo, a quien por sus características personales y rol institucional también ubicamos como figura pública, fue la contraparte necesaria para que los enunciados del keynesianismo práctico tuvieran eco local. Y el reclamo por la adecuación entre las necesidades locales y una teoría económica que las contemple no será exclusivo del sector productivo a quien Colombo representaba. Será, en todo caso, una tensión que se materializará en la década siguiente en el surgimiento de la economía del desarrollo como una teoría pensada desde y para la periferia.

Entre la traducción, el comentario y la tesis: el teórico de los prácticos

El Keynes académico, aquel de The General Theory, y cuyos interlocutores “naturales” eran los economistas profesionales, debía esperar en la región unos cuantos años más para hacer su entrada en las tesis y artículos académicos de la Facultad de Ciencias Económicas de, por ejemplo, la Universidad de Buenos Aires. En otro trabajo hemos estudiado el modo en que la palabra de Keynes estuvo presente durante un período que va de 1934 a 1947, en particular entre la fundación de la casa editorial del Fondo de Cultura Económica en México y el interés en la conformación de un catálogo dedicado a la economía –con cada vez más hincapié en la formulación de preguntas en torno de una economía de la región–, la aparición de los núcleos de comentaristas de la Universidad Harvard en Estados Unidos y la publicación por esa misma casa editorial de la Introducción a Keynes de Raúl Prebisch (Prebisch, 1947)12.

Si para 1933 Keynes era mencionado en la revista de la Unión Industrial Argentina, sería recién en 1938 que encontremos las primeras referencias a su obra en las tesis escritas en el marco del doctorado de la Facultad de Economía. Es posible pensar que el modo de ingreso de esas menciones de la obra de Keynes a las tesis está mediado también por las modificaciones inherentes a la producción de un trabajo académico con sus propias reglas, que implican además nociones específicas en torno de la formación de la expertise. De hecho, las tesis doctorales eran producto de los seminarios de investigación que los alumnos tomaban en el último año de la carrera. Es decir, había una oferta temática sugerida desde la Facultad. Cada docente, entendemos, daba forma al programa de su seminario o instituto de investigación. Las tesis, entonces, nos permiten ver de manera indirecta cuáles eran los temas que se elegían como agenda de investigación en la época, y cuál era la literatura a través de la que se los abordaba. En algún sentido, ese Keynes tenía que ser estudiado porque, como referencia teórica, tenía una cualidad particular: estaba aplicándose ya.

En una lectura del catálogo de tesis disponibles en un período que va de 1933 a 1948, encontramos que recién en 1938 hay una primera mención a Keynes, varios años después de la realizada por la revista de la UIA. Amén de la cantidad de artículos preparados exclusivamente para la prensa internacional y conferencias, Keynes publicó 8 obras entre 1919 y 1936. De todas las obras de Keynes existentes a 1938, seis fueron traducidas al español.

Portada de Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero en español, primera edición, 1943, México, Fondo de Cultura Económica.

La primera, como dijimos, fue Las consecuencias económicas de la paz, edición original de 1919 con traducción al español de Juan Uña Sarthou, publicada en Madrid en 1920 (Keynes, 1920) con autorización del propio autor. La siguiente traducción fue la de Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (Keynes, 1943), que había sido editada originalmente en Londres en 1936 (Keynes, 1936). Fue el Fondo de Cultura Económica de México quien le encargó a Eduardo Hornedo la traducción, que vio la luz en 1943.

Entre 1942 y 1957, además, se tradujeron al español 8 obras de los comentaristas y divulgadores de Keynes, que habían jugado un rol central como misioneros de la revolución keynesiana en los Estados Unidos y sus ecos en buena parte del mundo de posguerra a partir de los asesores económicos internacionales13. Más aún, en 1947 tendrá lugar la edición de Introducción a Keynes de Raúl Prebisch, primer escrito original en español sobre la obra del inglés (Prebisch, 1947).

Portada de Introducción a Keynes de Raúl Prebisch, Fondo de Cultura Económica, 1947.

Aunque la Facultad contase con producción de tesis desde al menos 1916 –tempranamente, considerando que la inauguración del establecimiento data de 1913–, y aunque Keynes ya fuera una figura conocida y mencionada en ámbitos gubernativos, es recién en 1938 que un estudiante, Raúl Erasmo Arrarás Vergara, presenta su trabajo “La política monetaria inglesa. 1931–1938”, en el cual cita a Keynes y su A Treatise on Money, Vols. I y II. A lo largo del texto no hay más detalles sobre la obra ni las páginas citadas, es sólo una referencia al pasar. Sí retoma las críticas que el semanario inglés The Economist había hecho en 1923 al planteo de Keynes de una teoría de la moneda desligada del patrón oro, y rescata cómo la aplicación parcial de los preceptos keynesianos de teoría de la moneda basada en precios logró el apaciguamiento del mercado internacional de cambios (Arrarás Vergara, 1938: 152). Así, el autor de la tesis verifica la capacidad de intervención práctica de Keynes en su lectura de las críticas que le realizara la revista estadounidense. No hay aquí mención alguna a The General Theory, pero es plausible suponer que, una vez que Keynes rubricó, con esa publicación, una teoría económica aceptada, podría ser incluido como referencia bibliográfica en un escrito académico al mismo tiempo que se le otorgaba en ese mismo trabajo un lugar en la incidencia en la política económica efectivamente realizada tiempo antes. La siguiente referencia al autor británico se encuentra en otra tesis dos años después: “La autarcía en la política económica internacional”, presentada por Felipe Perelstein en 1940. El autor menciona a Keynes a partir de su texto “National self-sufficiency”, publicado en The Yale Review en 1933 (Keynes, 1933c); pero lo hace indirectamente, a través de las citas y comentarios del inglés que figuran en la obra de Charles D. Hérisson: Autarchie, Economie Complexe, Politique Commerciale Rationnelle (Hérisson, 1937). Es decir, un texto de Keynes publicado en inglés en 1933 es leído 7 años más tarde a través de un comentario publicado en francés. Esto sirve para abonar la lectura realizada por quien fuera uno de los fundadores y figuras centrales de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, Daniel Cosío Villegas, acerca de las limitaciones del estudiantado mexicano (y podríamos sostener latinoamericano por extensión) para la lectura de los materiales bibliográficos de teoría económica en idioma inglés. De allí la necesidad, asumida como responsabilidad por Cosío Villegas, de crear una empresa que se diera como responsabilidad traducir obras de economía al español como lo fue dicha casa editorial14.

Perelstein sí refiere de manera directa a uno de los comentaristas de Keynes, Haberler Gottfried, a partir de su obra El comercio internacional (Haberler, 1936). Cita además al nacionalista alemán Friedrich List de una traducción al francés: Système national d’économie politique (List, 1857). Un año después, en 1941, es decir cinco años después de la publicación original de The General Theory, Guillermo Watson presenta el trabajo Causas de la desocupación. Síntesis de un aspecto de historia económica contemporánea (Watson, 1941). Pese a que el tema podría remitir directamente a Keynes como referencia, este último está ausente; más aún cuando entre la bibliografía se citan obras en idioma inglés, por lo que podemos suponer que la lectura en ese idioma no era un impedimento. Algo similar ocurre con el trabajo de tesis Problemas sociales del salario, presentado también en 1941 por Pascual Crapanzano. Allí se sostiene: «los desocupados carecen de todo poder de compra. […] Esos trabajadores sin ocupación constituyen una pérdida muchas veces grave para la economía de un país. […] La política seguida por el New Deal se basó principalmente en un incremento artificial del poder adquisitivo» (Crapanzano, 1941: 172–173). En este último caso, ciertos enunciados que podrían asociarse al repertorio keynesiano se presentan sin necesidad de recurrir a la cita de autoridad. Bien podría tratarse de desconocimiento del alumno, habida cuenta el obstáculo que podía implicar la imposibilidad de leer materiales en idioma extranjero para los alumnos de una facultad que fue pensada para acoger a “los hijos del pueblo trabajador” (Caravaca & Plotkin, 2007: 407). Pero también podríamos suponer que es justamente durante estos años cuando ciertas premisas keynesianas comienzan a transformarse en un sentido común del que no hace falta incluir referencias bibliográficas.

Resulta poco llamativo que la primera mención a Teoría general, mencionada ya en español, aparezca en 1944, un año después de la publicación de la versión del FCE. Como ya hemos adelantado, fue esta la editorial que marcó el rumbo de las traducciones de comentaristas de Keynes y de la difusión de su obra en español entre 1934 y 1948. Se trata del trabajo de tesis de Vicente Losanosky Perel Los planes de reorganización mundial y su aplicación a la República Argentina (Losanosky Perel, 1944). Lo curioso de esta referencia es que Keynes no aparece mencionado en el cuerpo del trabajo; solo se lo incluye en el apartado bibliográfico final, en un gesto que podría ser entendido como una búsqueda de legitimación de los argumentos presentados en la tesis. En el mismo apartado de referencias se incluye el trabajo de Lionel Robbins La planificación económica y el orden internacional, que había sido publicado en Buenos Aires por editorial Sudamericana en 1943 (Robbins, 1943). Con esto nos interesa remarcar que, para 1944, pareciera que la mención a Keynes ya es parte del repertorio de obras de las que se considera necesario dar cuenta atendiendo a cuestiones vinculadas al, justamente, nuevo orden internacional.

Otro de los trabajos pioneros de difusión del keynesianismo fue el que publicó el argentino Raúl Prebisch15 a través del Fondo de Cultura Económica en 1947 (Prebisch, 1947). El material que dio forma al escrito ya había sido publicado en forma de fascículos por el Banco Central de Venezuela, en ocasión de una serie de conferencias que Prebisch dio allí, y a partir de lo cual se estableció un vínculo profesional y laboral16. La presentación que la editorial hace del texto de Prebisch en la solapa de la primera edición da cuenta del objetivo que persiguió la obra. Allí se indica que Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero era la “contribución a la ciencia económica más importante desde la publicación de los Principios de Marshall”. Sin embargo, se considera que el texto no era de fácil acceso para un estudiante de economía, aun si fuera avanzado en sus cursos y lecturas. De modo que, para poder sacarle el provecho que una obra como la de Keynes podía dar, la editorial se propuso ofrecer un libro que sirviera de “escalón, para salvar las dificultades de llegar directa, inmediatamente, a la Teoría general”. Prebisch como autor se justificaba no sólo por su estudio meticuloso de la teoría keynesiana, sino –se sostiene en la solapa– también por el hecho de que “sus largos años al frente del Departamento de Estudios Económicos del Banco de la Nación y del Banco Central de la República Argentina le dieron la oportunidad excepcional de vivir las teorías keynesianas, al ver nacer y desenvolverse los hechos y fenómenos a que ellas se referían” 17.

Prebisch hace de la falta de introducciones a la teoría keynesiana en español un llamado personal y responde con un documento que se propone evitar “cualquier comentario o juicio propio que pudiera menoscabar la fidelidad de mi interpretación” (Prebisch, 1947: 8). Ese plus que Prebisch afirmaba que podría añadirse sobre las ideas keynesianas era, en definitiva, la crítica del propio Prebisch a Teoría general: “su incapacidad para emanciparse de la lógica del análisis neoclásico para explicar la persistencia del desempleo, la determinación del nivel de producto y el ciclo” (Pérez Caldentey & Vernengo, 2012: 173)18. Ese plus dejado para más adelante, fue el que, paradojalmente, lo alejaba de Keynes, acercándolo a las interpretaciones que en general terminaron por ubicar al autor inglés como una suerte de faro, como si dijésemos “el teórico de los prácticos”: “Keynes ha dejado soluciones prácticas que son independientes de su teoría […] puede admitirse o rechazarse con completa independencia de su teoría”. Así, afirmaba que “no hay contradicción entre mi posición teórica para juzgar a Keynes y mi respeto por algunas de sus proposiciones prácticas” (Prebisch, 1991: 505, citado en Pérez Caldentey & Vernengo, 2012: 173). La referencia a una “no contradicción” implicaba, entonces, quebrar la condición de una teoría comprehensiva y aceptarla como lo que habría sido: una herramienta más dentro de la práctica concreta del economista, estudioso y asesor, tal como era el mismo Prebisch. Como si en esa figura, y diez años después de mencionada la primera referencia a Keynes en una tesis académica, y quince de las menciones realizadas por la revista Anales de la Unión Industrial Argentina, que a su vez citaba la palabra de un discurso político, Prebisch condicionara a Keynes a un desacople entre teoría y práctica, cuando su Teoría general parecía haber venido a suturarlo.

Reflexiones finales

Muchos años después de publicada la Introducción a Keynes, Prebisch aseguró en una entrevista donde repasaba su trayectoria que sus iniciativas como funcionario en los años treinta podían inscribirse en una línea keynesiana19. Retrospectivamente, el sustantivo se vuelve adjetivo, y Prebisch constituye su ser precursor, estabilizando lo que, como hemos visto, estaba en movimiento y discusión. La palabra de Keynes, el nombre de Keynes y su estatuto como figura pública fueron parte de una trama amplia de acciones tendientes a diagnosticar y reformular los condicionamientos de la economía poscrisis de 1930, que parecieron confirmarse para esos mismos actores luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero también fueron parte de los usos que diera un gobierno como el gobierno de facto de 1930 como respuestas posibles tendientes a campear la crisis, de la que se hicieron eco los representantes de la Unión Industrial Argentina en las páginas de su revista. Y que también aparecen en esa cuota instrumental como fundamento de legitimidad o de cita de autoridad, o cuanto más no sea de protocolo de un estado de la cuestión en las tesis de la Facultad de Economía. Todo ello se dio en paralelo a la difusión de los trabajos y preceptos keynesianos vía la traducción de los escritos de sus comentaristas, principalmente quienes venían de la Universidad de Harvard, con un rol central del catálogo de la editorial mexicana del Fondo de Cultura Económica en este sentido. Fue esa editorial la que propulsó una difusión activa del keynesianismo, también contribuyendo a fomentar una suerte de sentido común keynesiano que excedía en mucho aquello que en efecto estaba presente en Teoría general. Así, Keynes y sus propuestas fueron parte de modos diversos de responder a realidades disímiles y entrelazadas, fue un Keynes para armar: el lobby corporativo, la construcción de una bibliografía académica, el modo de operar en una realidad cambiante se cruzaron, temporal y espacialmente, con el proceso de construcción de una identidad regional, para lo que el Fondo de Cultura Económica fue central.

 

Bibliografía

*Imagen de portada: Tapa de la revista Times, 31 de diciembre de 1965. Crédito: Robert Vickrey. Recuperada de: http://content.time.com/time/covers/0,16641,19651231,00.html

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Instrucciones de citado en la versión PDF.

  1. Al respecto los estudios de recepción del keyesianismo, véase, entre otros, Galbraith (2014). Como sostuvo Paul Samuelson, “la Teoría General tomó sobre todo a los economistas menores de 35 años con la virulencia inesperada de una enfermedad que ataca a una tribu desolada. Los economistas de más de cincuenta años resultaron bastante inmunes a la afección. Con el correr del tiempo, la mayoría de los economistas entre los dos grupos comenzaron a mostrar signos de la enfermedad, a menudo sin saberlo o sin admitirla”. Citado en (Hall, 1989: 196). Para otros, ese contagio no fue más que el de las lecturas “de segunda mano”, porque el Keynes de la Teoría General terminaba siendo el Keynes de los comentarios que los divulgadores de la Teoría General habrían hecho de sus ideas. (Tobin, 1988: 26; citado por Astarita, 2012: 13–14). En el mismo sentido, Axel Kicillof asegura además que “[e]l extendido abandono de la Teoría General fue correlativo a la irrupción de una variada gama de interpretaciones, muchas de ellas destinadas a sustituir la lectura del texto original” (Kicillof, 2005: 8). Volveremos sobre este tema al final del trabajo. El vínculo de esa teoría con otros contextos nacionales estuvo así mediado y restringido por –entre otros trabajos– las traducciones de las obras de Keynes. En otro trabajo nos detenemos en el catálogo dedicado a la economía y a la divulgación de las ideas keynesianas de la editorial Fondo de Cultura Económica. Ver Caravaca y Espeche (2016b; 2017). Sobre la divulgación en la universidad estadounidense vinculada a un análisis del recambio generacional y fortuito por jubilaciones y renuncias entre 1932 y 1938, véase, Mason y Lamont (1982).
  2. Para estudios sobre el género véase Real de Azúa (1964) y Saítta (2004).
  3. Otro tanto afirma Galbraith: “Entre 1920 y 1940, Keynes era buscado por los estudiantes e intelectuales en Cambridge y Londres, era bien conocido en los círculos teatrales y artísticos londinenses, dirigió una compañía de seguros, ganó y a veces perdió montones de dinero, y fue un periodista influyente” (Galbraith, 2014: 300). Todas las traducciones de las citas del original en inglés son nuestras.
  4. Para un análisis pormenorizado de las propuestas keynesianas contenidas en su Teoría general, que revisa ciertos motivos que estructuraron su argumento antes de 1936, así como también para un análisis de las interpretaciones y discusiones relativas a esas propuestas desde los poskeynesianos y keynesianos neoclásicos, véase Astarita (2012).
  5. Uriburu había sido Ministro de Hacienda durante 10 meses entre 1931 y 1932.
  6. Ese trabajo fue incluido en la reedición revisada que la Royal Economic Society hizo en 1972 del texto Essays in Persuasion (Keynes, 1972), que había sido publicado originalmente en 1931 (Keynes, 1931). La versión en español de los Ensayos de persuasión fue realizada por la editorial Crítica (Keynes, 1988a).
  7. La negativa del presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt dio por tierra la posibilidad de un acuerdo alrededor de la estabilización monetaria. Para entonces, el recientemente elegido presidente de Estados Unidos ya había echado a andar el New Deal. Su posición opuesta a la estabilización monetaria ha sido analizada como el resultado de su mirada en lo nacional antes que en lo internacional. El New Deal fue un plan para la recuperación de los Estados Unidos, y en esa perspectiva nacionalista lo internacional parecía ocupar un segundo plano. Ante esta posición oficial de Estados Unidos, Keynes fue convocado por el New York Times para dar su opinión sobre la realidad norteamericana. La misma fue publicada con el título “An open letter to President Roosevelt” (Keynes, 1933b).
  8. Luego del acto y ante la respuesta del gobierno, la UIA publicó un comunicado donde intentaba bajar el tono del reclamo: “En alianza con el comercio, apoyándose en los trabajadores, negando su enfrentamiento con la agricultura y la ganadería, la UIA solo pide que en las negociaciones con Gran Bretaña ‘no se contraigan compromisos adicionales que puedan afectarla’, y que no se modifiquen los derechos de aduana”. (Schvarzer, 1991: 66).
  9. “Cuarenta años más tarde ocurrió el golpe de estado del General José Uriburu. Un mes antes, en agosto de 1930, los socios de la Sociedad Rural Argentina habían abucheado a los representantes del gobierno para expresarles su disgusto. Pero el 4 de septiembre de 1930, poco antes que las tropas llegaran a la Casa de Gobierno, no fueron los socios de aquella institución, sino Luis Colombo, presidente de la Unión Industrial, quien entró al edificio y se dirigió sin más al despacho de su amigo el vicepresidente de la Nación Enrique Martínez. Este político estaba a cargo de la presidencia porque Hipólito Yrigoyen estaba enfermo. El relato dice que Colombo, luego de explicarle la situación y el modo de resolverla, tomó una hoja de papel, donde redactó de puño y letra la renuncia de Martínez al cargo y se la extendió a su interlocutor para que la firmara de inmediato. De esa manera se consolidó el golpe de estado.” (Schvarzer, 2012: 12)
  10. Schvarzer pone en duda el origen humilde de la familia de Colombo, y lo asocia a la construcción de un perfil de self-made man (Schvarzer, 1991: 60). Colombo dirigió la UIA hasta 1946, cuando renunció por “problemas de salud”.
  11. “¿Eres un buen ciudadano?, ¿Quieres ver a tu país fuerte, rico y poderoso? Sigue los mandamientos del Decálogo Argentino. 1- Al realizar el más ínfimo gasto, piensa en el interés de tus conciudadanos y en el de tu país…” (“Diez mandamientos defensivos”, 1934: 37).
  12. A este tema nos hemos dedicado con mayor profundidad en otros trabajos. Véase, Caravaca y Espeche (2016b, 2017).
  13. Sobre las trayectorias de estos asesores, véase Helleiner (2014); Caravaca y Espeche (2016a).
  14. Sobre Daniel Cosío Villegas puede verse: https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=1-uVFuc9Yns y https://www.youtube.com/watch?v=w0mwFb7rzAY
  15. Sobre la trayectoria de Raúl Prebisch puede verse: http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8109/3681?start
  16. Los artículos habían sido publicados en el Boletín del Banco Central de Venezuela en las ediciones de enero–febrero y abril–mayo de 1947, correspondientes, respectivamente, a los números 23–24 y 26–27 de esta revista. Esteban Pérez Caldentey y Matías Vernengo detallan los capítulos seleccionados de Teoría general que fueron trabajados por Prebisch, así como aquellos que no fueron incorporados (Pérez Caldentey & Vernengo, 2012).
  17. Los extractos provienen de la solapa de la tapa de Prebisch (1947).
  18. Según los autores, Prebisch “[c]uestionó fuertemente la explicación del desempleo basado en el carácter monetario de la tasa de interés y la lógica y la utilidad del multiplicador” (Pérez Caldentey & Vernengo, 2012: 170).
  19. En agosto de 1933 fueron designados Federico Pinedo y Luis Duhau, por entonces diputados nacionales, como encargados de Hacienda y Agricultura, respectivamente. Ambos solicitaron la asesoría de Prebisch, quien fue designado como consultor conjunto ad honorem de los ministros. Como asesor de ambos, Prebisch fue por esos años la figura central tras el Plan de Acción Económica Nacional (PAEN) de 1933, al que definió posteriormente como “un plan keynesiano para expandir la economía, controlar el comercio exterior, trabajando con una política muy selectiva de tasas de cambio” (González & Pollock, 1991: 25).

Dra. en Ciencias Sociales (UBA) y Dra. en Historia (París 7 Diderot) Investigadora del CONICET (CIS - IDES)

Dra. en Ciencias Sociales (UNGS/IDES) Investigadora del CONICET (ILH-UBA)