La vida pública del cerebro

El boom de las neurociencias: ¿científicos, gurúes o consejeros?

Las neurociencias son el emergente de un conjunto heterogéneo de saberes, métodos y disciplinas centradas en el estudio científico del cerebro. En las últimas décadas, las neurociencias han tenido una expansión considerable a partir del desarrollo de las nuevas tecnologías de imágenes que, desde la perspectiva científica, generaron la posibilidad de ver el cerebro en acción (Dumit, 2004). La investigación sobre el cerebro a partir de estas tecnologías habilitó la progresiva identificación de las bases neuronales de una diversidad de estados mentales, conductas y comportamientos sociales. En este contexto, la emergencia de discursos y prácticas centradas en el cerebro excedió la esfera científica para convertirse en un fenómeno cultural de amplia magnitud que se evidencia, entre otros aspectos, en la creciente presencia de las neurociencias en los medios de comunicación y en la proliferación de disciplinas que, bajo la impronta de lo “neuro” (neuromarketing, neuroteología, neuroeducación, entre otras), construyen sus abordajes profesionales con mayor o menor cercanía de la evidencia científica.

Este capítulo interroga la circulación de las ideas científicas a partir de analizar las estrategias de intervención en el espacio público de los neurocientíficos que se dedican a la divulgación de las neurociencias. Por estrategias de intervención en el espacio público entiendo lo que los científicos dicen sobre el cerebro en los medios de comunicación.

Para alcanzar dicho objetivo, en primer lugar analizo cómo los neurocientíficos evalúan la calidad de la difusión de contenidos neurocientíficos y reflexionan sobre lo que denominan el “boom de las neurociencias”. En segundo lugar, me centro en las participaciones de algunos neurocientíficos en el espacio público (en especial en sus apariciones televisivas), donde es notable el modo en que emiten opiniones acerca de temas variados y a priori no relacionados con las neurociencias. Por último, me focalizo en los libros de divulgación de neurociencias y su cercanía con la literatura de autoayuda. En este caso, analizo el doble proceso de cómo lo científico se encarna en la autoayuda, y cómo la autoayuda se encarna en lo científico.

El capítulo aborda la relación entre ciencia y vulgarización en sintonía con otros trabajos de este volumen, como es el caso del capítulo de Soledad Quereilhac, que analiza la repercusión que tuvo el descubrimiento de los rayos X en diversos ámbitos de la cultura argentina de entresiglos. Cuando los neurocientíficos del siglo XXI difunden ideas científicas sobre el cerebro –y de manera similar a como ocurría con los difusores de los rayos X–, también transmiten una concepción valorativa de las neurociencias ligada a la maravilla y la espectacularidad de sus potencialidades. Las apropiaciones y repercusiones fantásticas en entornos no científicos que analiza Quereilhac respecto a los rayos X tienen su eco en las formas en que los neurocientíficos definen a las neurociencias. En este sentido, las intervenciones de los neurocientíficos en el espacio público se constituyen en sí mismas en formas de reinvención del discurso científico.

En estas páginas examino cómo los neurocientíficos clasifican formas y contenidos de divulgación de neurociencias como legítimas o ilegítimas según su correspondencia con la evidencia científica. El capítulo se organiza de la siguiente forma: en primer lugar, describo las consideraciones metodológicas de la investigación que da pie a este trabajo; en segundo lugar, caracterizo el contexto de popularización de la ciencia en el que se inscribe el fenómeno de divulgación de neurociencias y, en tercer lugar, me centro en el análisis de las estrategias de intervención en el espacio público ya mencionadas (la constitución del neuroboom, la cercanía de los científicos con el rol de consejeros y con la literatura de autoayuda).

El análisis ilumina las propias acciones de los neurocientíficos cuando transgreden, movilizan y redefinen esos criterios de clasificación en su afán de comunicar neurociencias a un público masivo. Lo interesante de ello es que permite reflexionar sobre las tensiones entre producción y difusión de conocimiento científico dando cuenta de las porosidades y diferencias entre dichas esferas.

Las neurociencias en el contexto de popularización de la ciencia

En las últimas décadas asistimos a un crecimiento exponencial de difusión de las neurociencias. La presencia de investigadores neurocientíficos en los medios de comunicación (tanto en programas de radio como de televisión), la creciente publicación de artículos periodísticos en torno a los hallazgos científicos sobre el funcionamiento cerebral, la emergencia de libros tanto de divulgación neurocientífica como de autoayuda ligados al mejoramiento de las capacidades personales basados en las neurociencias, obras de teatro, redes sociales y páginas web son algunos ejemplos de este estallido.

Sin duda, el crecimiento de la difusión de los discursos científicos sobre el cerebro se inscribe en el fenómeno de crecimiento de la popularización de la ciencia en general.

Muestra «Cerebro Interactivo» organizada en 2015 por el Hospital Alemán y el Ministerio de Salud porteño. Fotografía por la autora.

En el caso de Argentina, además de la creciente aparición en los medios de comunicación de noticias científicas, a partir del 2005 el Ministerio de Ciencia y Técnica comenzó a desarrollar el Programa Nacional de la Ciencia y la Divulgación, que, a través de una diversidad de actividades, busca vincular la ciencia con la sociedad. Ejemplos de esto son la creación del Centro Cultural de la Ciencia, el ciclo de charlas “Café de las ciencias” y la iniciativa “Los científicos van a las escuelas”, entre otras. Muchas de las iniciativas ministeriales cuentan con actividades específicas de divulgación de conocimientos científicos sobre el cerebro: en el ciclo de charlas del Centro Cultural de la Ciencia, uno de los expositores fue el neurocientífico Mariano Sigman. Durante el mes de junio de 2016, se celebró el mes del cerebro, que contó con muchas actividades sobre el tema, mientras que en cada edición de Tecnópolis hubo un pabellón específico sobre el cerebro, por poner algunos ejemplos. La dispersión de espacios sociales en que se apela a conocimientos neurocientíficos muestra la importancia de la penetración de los discursos del cerebro en la sociedad.

En el rubro editorial, los datos también son significativos. Publicaciones como la pionera revista Ciencia Hoy (se publica desde 1988) y los récords de venta de libros de la colección Ciencia que ladra (editada desde 2002 por Siglo XXI) dan cuenta de la importancia que ha cobrado la divulgación de contenidos científicos. Si bien hay algunos antecedentes previos, la mayoría de libros escritos por neurocientíficos locales se produjeron a partir del año 2013, con la aparición de diecisiete títulos en el mercado editorial hasta 2017, muchos de ellos encabezando las listas de best sellers (el éxito de los libros de Estanislao Bachrach y Facundo Manes dan buena muestra de ello).

Neuroboom editorial: tapas de libros de neurociencias. Fotografía por la autora.

En la televisión, el programa Científicos Industria Argentina, también con trece años en el aire y gran cantidad de premios, ha situado a su conductor Adrián Paenza como el referente de la divulgación científica argentina, junto a Diego Golombek (director de la colección de libros antes mencionada, Ciencia que ladra). En el caso de las neurociencias, en el 2011 se produjo el exitoso ciclo televisivo Los enigmas del cerebro, y en el 2015, el programa El cerebro y yo. Otro ejemplo de la difusión a nivel popular de las temáticas vinculadas al cerebro son también las alusiones al cerebro y las neurociencias en las revistas femeninas, la variedad temática de las columnas de científicos en suplementos de diarios o las apariciones de científicos en programas televisivos del tipo magazine, donde se opina sobre una diversidad de temas, alejados aparentemente de la ciencia. Son notables las obras de teatro representadas por científicos sobre temas de neurociencias y magia, neurociencias y matemática o de explicaciones sobre el cerebro dirigidas a un público escolar, por nombrar los ejemplos más significativos. El teatro callejero también forma parte de la oferta, así como las charlas en las escuelas, los microspots televisivos en los que se cuenta brevemente acerca de hallazgos neurocientíficos, las charlas abiertas a la comunidad sobre temas cerebrales, y las presentaciones del tipo stand-up de científicos que mezclan novedades científicas con notas de humor. En todos estos casos, el rasgo distintivo sin duda es la mezcla entre ciencia y entretenimiento. La disposición a entrelazar ciencia con entretenimiento se observa también en la importancia que le atribuyen los neurocientíficos a que sus contenidos de difusión sean atractivos para la gente. Por ejemplo, uno de los neurocientíficos entrevistados se refería al libro de un colega: “te pasás de la parada de colectivo porque te atrapa la lectura” (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016). Otro daba cuenta de los efectos de estos procesos a partir de su propia trayectoria:

Después se me acercó Diego [Golombek] y me dijo ¿no querés escribir un libro para Ciencia que ladra, sobre los trabajos sobre magia? Porque también los trabajos con magia en la ciencia son muy pochocleros. Dan mucho para la divulgación, a la gente le interesa eso. Entonces yo escribí este libro, entonces me empezaron a llamar para dar charlas, y ahí de repente me llamaron para Tecnópolis, para hacer mi presentación de matemagia en Tecnópolis, y les gustó mi forma de actuar, entonces después me llamaron para otros espectáculos que no eran de matemagia sino de divulgación científica más propiamente dicha; después apareció Paenza y me invitó a hacer una demostración en la presentación de su libro, me vieron los editores de Paenza y me ofrecieron escribir un libro a mí también, hice mi segundo libro. Como que la vida un poco me fue llevando. (“Entrevista a A., neurocientífico”, 2016)

Muestra interactiva «El cerebro y yo» en Tecnópolis. Fotografía por la autora.

En suma, la emergencia de las neurociencias y el cerebro en el espacio público es un fenómeno que se inscribe en el marco de la popularización de la ciencia, es decir, de un creciente interés por acercar la ciencia a la vida cotidiana. En este contexto se anudan los esfuerzos de los neurocientíficos por mostrar, contar y apelar a la ciencia en modalidades poco tradicionales y más ligadas al terreno de lo artístico y el entretenimiento. En ese proceso, no es sólo el contenido científico el que sufre transformaciones significativas, sino también las trayectorias de los científicos involucrados, que salen del laboratorio para convertirse a veces en presentadores, otras en actores y casi siempre en consejeros acerca de las temáticas más variadas.

“Vamos a hablar de un tema que ingresó de lleno en la escena pública: el cerebro”

Con estas palabras, Nora Bär, reconocida periodista científica del diario La Nación, comenzaba una entrevista con Facundo Manes (Bär, 2015). La existencia de un neuroboom, del cual los científicos forman parte pero no son sus únicos representantes, los obliga a posicionarse respecto a si los contenidos que se divulgan sobre las neurociencias son fieles o no a las evidencias científicas existentes; tema recurrente cuando el discurso de la ciencia comienza a circular por fuera del laboratorio y los papers científicos. En este apartado exploraremos las opiniones de los científicos sobre el neuroboom y las formas mediante las cuales contribuyen a generarlo.

Los neurocientíficos se colocan en una posición ambigua respecto a esta cuestión. Más allá de la satisfacción que les produce el reconocimiento social que han obtenido las neurociencias, surge la preocupación por definir sus contornos legítimos: distinguir a los verdaderos divulgadores de los advenedizos, y, a la vez, sostener la tensión entre rigurosidad científica y el par divulgación / entretenimiento. En ese movimiento, los científicos descalifican ciertos contenidos y formas de divulgación (y, por qué no, algunos divulgadores), pese a que en sus propias prácticas son ellos mismos quienes se alejan del ideal que proponen. Este doble movimiento de denuncia y acción contraria se da en forma simultánea, y se torna visible cuando se incomodan al opinar sobre temas ajenos a su expertise, tal como veremos en el próximo apartado.

Tres tipos de argumentaciones representan los temores de los científicos acerca del neuroboom: i. el miedo a “validar cosas disparatadas”, ii. el temor a las “falsas promesas de genialidad o felicidad” y iii. el riesgo de “mandar fruta con la salud”. Estas figuras modelan los contornos entre contar ciencia y contar otra cosa, con el agravante que contar otra cosa, además, “dañaría” a la sociedad. Al mismo tiempo, estos argumentos dan pistas sobre cuestiones problemáticas en que los mismos científicos suelen deslizarse en sus presentaciones públicas; es decir, contribuir a aquello que temen.

El siguiente fragmento de entrevista describe cómo definen el miedo al “disparate”:

Primero opino que es real, no es un invento que hay un neuroboom. No es argentino, sino que es mundial. Y bueno, los números lo apoyan tanto en libros, series de tele. La excesiva búsqueda de certificar algún hecho con opinión de alguien que venga del campo neuro, claramente hay un exceso en esto, pero es un exceso que tiene una base relativamente sólida. No es como cualquier exceso. En ese caso es un exceso no bueno como toda exageración. Pero que tiene con qué defenderse en algún aspecto. Por supuesto, toda exageración tiene sus costados malos, y el costado del neuro… la verdad que es bastante nocivo en el sentido de que todo pasa por ahí como una fuente de validación de las cosas más disparatadas. (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016)

Tal como expresa el entrevistado, el reconocimiento del neuroboom va de la mano de ser consciente de la potencialidad de exageración que conlleva. Sin embargo, la exageración es colocada en términos relativos al ser acompañada por la descripción que le sigue: “no es como cualquier exceso”. En este sentido, los neurocientíficos oscilan entre reconocer que pueden llegar a alimentar esperanzas exageradas sobre el verdadero impacto de las neurociencias y, al mismo tiempo, relativizar este hecho. El siguiente fragmento de la entrevista con una neurocientífica muestra cómo la intención por compartir algo interesante y atractivo para el público supera a veces a las ganas de divulgar conocimientos científicos:

Sí porque, digo, obviamente es mucho más flashero si yo junto líquidos de colores y hago una explosión, es mucho más flashero que si yo te cuento un experimento. Entonces bueno, la mayor parte de la gente busca hacer las explosiones. Yo creo que, digo sin ningún tipo de mala intención de nada, me parece que hay como una filosofía de la divulgación que la gente no… que los divulgadores o que los científicos en general no se… no tienen en cuenta, nunca se lo pusieron a pensar. O sea, ¿para qué hacés divulgación? Bueno para que la gente entienda ciencia. Bueno, ¿pero te parece realmente? O sea, me parece que no aplicamos el método científico en eso. (“Entrevista a A., neurocientífica”, 2016)

Con respecto a las promesas de genialidad o de bienestar, ligadas directamente a los encuentros de las neurociencias con los discursos de la autoayuda, otro de los neurocientíficos que desarrolla una importante tarea en divulgación decía:

A veces los falsos caminos hacia la felicidad también se venden, yo tengo formación de científico, te hablo de cómo ser feliz y en realidad, bueno, no sé si yo por ser neurocientífico puedo informarte mejor sobre eso. Entonces a veces la neurociencia es utilizada para vender chantadas. (“Entrevista a A., neurocientífico”, 2016)

La difusión de falsas recetas de la felicidad como tópico de expertise neurocientífica constituye una preocupación para los neurocientíficos, y es, como veremos en los próximos apartados, una de las temáticas que más pone en tensión la definición de límites acerca de contenidos adecuados o inadecuados.

En cuanto a falsas promesas sobre temas de salud, la situación es más grave desde la perspectiva de los científicos, y constituye una alerta por la responsabilidad que tienen frente a la población general. De este modo lo manifestaba otro entrevistado:

Porque si empezamos a mandar fruta con cosas que tienen que ver con salud, que es muy común en otras áreas, todo lo que se habla de cáncer al pedo y la gente se desespera, y hace cola frente a los laboratorios, eso ha ocurrido en muchos laboratorios. Bueno, algo de eso también ocurre y puede ocurrir más en neurociencia, ¿sí? Cuando hablamos de patologías, se habla de enfermedades neurodegenerativas, o con cuestiones que tienen que ver con el estado de ánimo, trastornos emocionales, o trastornos que tengan que ver con la tensión, la memoria, etcétera, corrés el riesgo de borronear un límite que tiene que haber entre investigación y aplicación. En muchos casos ese límite no está tan claro. Ejemplo muy típico, una de las cosas más vendedoras, más marketineras del boom de la neurociencia es el estudio de la memoria. Porque todo el mundo tiene que ver con la memoria, pero las cosas que están en el laboratorio no están en la clínica. O lo que le podés hacer a una rata o a un grupo de células en in vitro o incluso a humanos en un resonador magnético, todavía no están listas como para estar en el mundo real. Entonces ahí hay un límite que tenemos que ser un poquito más cuidadosos en cuanto a cómo comentarlo, cómo difundirlo, cómo comunicarlo. (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016)

Los temores mencionados describen el arco de preocupaciones que caracteriza, desde la mirada de los neurocientíficos, al boom de las neurociencias. En ese sentido, como advertía una periodista especializada en ciencia en la presentación de un libro de un neurocientífico reconocido, “es difícil separar la paja del trigo”. Es la búsqueda de esa separación la que orienta a los científicos cuando apelan a una retórica de lucha contra los “neurotimadores” o el “neurotodo”, términos que utilizan frecuentemente para referirse a esta masificación de las neurociencias por fuera de una expertise que la avale.

La búsqueda por posicionarse como actores legítimos en el contexto del neuroboom admite diversas estrategias, tales como, por ejemplo, colocarse por fuera de la moda. En una nota periodística que presenta la publicación de un libro de un científico reconocido en el campo, el copete advierte: “El científico Mariano Sigman publicó un libro que no se sube a la moda del neuroboom y explora un costado más psicológico” (Campanario, 2015). En el primer párrafo de la nota se amplía la búsqueda por establecer esta diferencia, criticando los recursos habituales de presentación y comunicación de las neurociencias:

“Yo me perdí la revolución sexual por dos meses”, dijo una vez Woody Allen. El neurocientífico Mariano Sigman tuvo una sensación parecida con el proceso que vivió su disciplina mientras escribía La vida secreta de la mente (Debate): lo empezó hace más de tres años, antes del neuroboom, vio como el tema se convertía en motor de best sellers mientras él iba y venía con borradores de su libro y lo sacó recién este mes, con una tapa más sobria que la de sus predecesores, sin promesas de “claves para ser más creativos” ni las apelaciones directas al lector que se pusieron tan de moda en los textos de divulgación y autosuperación (“Te voy a contar una anécdota?.”, “Dejame que te confiese algo?” Y así). (Campanario, 2015)

Otra de las estrategias de diferenciación frecuentes en las presentaciones escritas u orales de los científicos es advertir a la audiencia en forma directa acerca del problema del neuroboom. A modo de ejemplo veamos cómo se plantea el tema en un libro de divulgación:

El cerebro está de moda y las neurociencias son persuasivas. Cualquier cosa que uno diga suena más seria y creíble si se la adorna con jerga neurológica –y si se añaden un par de imágenes ya suena a verdad revelada–. Es alarmante ver cuánta gente miente y curra con esto. Desde el panelista que dice que la angustia les hace bien a las neuronas, hasta la escritora de libros de autoayuda que cita estudios genéticos con ratones en sus lecciones para mejorar la autoestima, pasando por los programas de entrenamiento para “usar un mayor porcentaje del cerebro”, el siglo XXI está lleno de neurotimadores. (Ibáñez & García, 2015, p. 186)

Esta advertencia es útil como parte de una retórica argumentativa en favor de la legitimidad de los autores del libro como auténticos exponentes del campo. Hasta aquí dimos cuenta de cómo los científicos reconocen la existencia de un neuroboom y observan las consecuencias problemáticas de esta moda, al mismo tiempo que buscan dejar claro el lugar que ellos ocupan. Sin embargo, las definiciones sobre las neurociencias que los mismos neurocientíficos difunden dan cuenta de cómo ellos mismos colaboran en la indeterminación de límites claros. La concepción indefinida sobre el objeto de estudio de las neurociencias invita a construir un espacio confuso.

Veamos dos de los tantos ejemplos que muestran lo expuesto, el primero en la introducción de un libro de difusión en que la definición de neurociencias funciona como un paraguas que admite sentidos múltiples e indefinidos. En el segundo, un fragmento de entrevista donde el científico define a las neurociencias como una rama del conocimiento que responde a preguntas ancestrales. En ambos casos, la concepción valorativa de la definición de las neurociencias colabora en dotar a las mismas de un carácter ambiguo y enigmático:

Pienso a las neurociencias como a una manera de comprender a los otros y a uno mismo. De hacernos entender. De comunicarnos. Desde esta perspectiva, la neurociencia es una herramienta más en esta búsqueda ancestral de la humanidad de expresar –acaso de manera rudimentaria– los tintes, colores y matices de lo que sentimos y lo que pensamos, para que sea comprensible para los otros y, cómo no, para nosotros mismos. (Sigman, 2015, p. 3)

Lo que tiene es que la neurociencia atraviesa todas las áreas. O sea, atraviesa fundamentalmente a la filosofía, al entendernos, al darnos respuestas de qué somos. Qué nos diferencia de una computadora, qué nos diferencia de un animal, qué nos diferencia de nosotros mismos. Entonces desde ese lado responde preguntas que son ancestrales. […] Da evidencias de cuestiones que tiene que ver con algo fundamental de qué somos, cómo somos lo que somos. (“Entrevista a F., neurocientífico”, 2016)

Sin duda, expresada en un tono poético que habilita ambigüedades, colocar a “las neurociencias como una manera de comprender a los otros y a uno mismo” linda con otros discursos no científicos como la autoayuda, la religión, entre otros. Sobre estas porosidades nos detendremos en los próximos apartados, pero, por ahora basta con señalar que este tipo de visión amplia sobre el objeto de las neurociencias genera expectativas difusas sobre los alcances de la disciplina y el impacto de los conocimientos científicos del cerebro.

En suma, la existencia de un neuroboom es reconocida por los neurocientíficos como un fenómeno que los incluye pero al mismo tiempo los excede, en tanto intervienen otros actores sociales en su producción. Preocupados por esto, advierten acerca de los riesgos de confundir las neurociencias con un conocimiento plausible de utilizarse como camino a la felicidad o a la mejoría de la salud, sin real sustento científico. La peculiaridad del neuroboom, desde la perspectiva de los neurocientíficos, es colocar en un mismo plano a quienes transmiten con entusiasmos los reales avances de las neurociencias y quienes no, por eso los científicos llevan adelante tareas de diferenciación mediante las cuales buscan dar cuenta de su lugar en el campo. No obstante, a través de una concepción amplia y difusa sobre las neurociencias y de su participación en espacios donde no queda claro su rol como científicos (como veremos en el próximo apartado), contribuyen a crear límites difusos entre contenidos legítimos e ilegítimos de neurociencias.

Límites en disputa: el caso del rol de los neurocientíficos como consejeros

Al igual que ocurrió con la emergencia de la psicología y el psicoanálisis en el espacio público (Plotkin, 2003; Illouz, 2010), los neurocientíficos y otros especialistas del cerebro opinan en diversas áreas de la conducta humana y de la vida social. Un breve recorrido por sus intervenciones públicas ilustra lo expuesto: “Cómo se nos ocurren las ideas” es el tema de una charla TED. “¿Cómo puedo manejar la energía de mi día para sentirme menos cansado? ¿Si hago todo a la vez soy más productivo? ¿Cómo puedo evitar distraerme cuando estoy trabajando o estudiando?” son algunas las consignas que auspician una presentación teatral…

Los títulos de las charlas, columnas periodísticas y libros no son responsabilidad exclusiva de los neurocientíficos, dado que intervienen otros actores en su elección (por ejemplo, los responsables editoriales). Sin embargo, es notable que estas presentaciones inviten a explorar las temáticas más diversas y, muchas veces, en un tono que coloca a los neurocientíficos en el lugar de consejeros. En general, la intención que subyace a las diferentes formas de presentación pública es vincular el conocimiento científico del cerebro con los intereses de la población general. De este modo, las neurociencias se convierten en un tipo de conocimiento útil para la vida cotidiana.

A continuación, analizo el caso de una joven neurocientífica que fue invitada a participar de un programa televisivo del tipo magazine. El caso muestra las tensiones entre divulgar contenidos científicos y dar consejos. El programa televisivo se promociona en la página web del canal bajo el –promisorio– título de “Cómo mantener la mente joven”, acompañado de una foto de la científica sonriendo, y con la siguiente leyenda: “La licenciada en Ciencias Biológicas [A. G.] nos va a dar los mejores consejos para ejercitar nuestras mentes”1. Por su parte, en las redes sociales, la propia investigadora anunciaba: “Desde el próximo miércoles, parece que estaré hablando del cerebro en Canal 9. Desconozco cómo mantener la mente joven (no sé, incluso, qué quiere decir eso), pero espero que en mi columna podamos hablar de experimentos y, más allá de los hechos, discutir evidencias, que tanta falta hace en tv. Veremos cómo nos va” (Perfil de Facebook de X., neurocientífica, 2016). Esta tensión entre “informar ciencia” y “dar consejos” se renueva durante el ciclo televisivo cuando una de las conductoras le pregunta a la neurocientífica qué puede hacer para mantener su cerebro activo, y ella responde que eso lo van a discutir otro día, y que primero les va a contar qué es el cerebro. Esta respuesta constituyó una de las tantas formas de ordenar los intercambios que realizó la científica durante las tres emisiones del ciclo televisivo del que participó. Sus intervenciones buscaron interesar a la audiencia en las neurociencias y el cerebro, al tiempo que buscaron evitar, al menos parcialmente, ese rol de opinar o aconsejar sobre temáticas variadas y personales. Durante la entrevista que mantuve con ella, la interrogué sobre esta invitación a dar consejos que había notado en el ciclo televisivo. Su respuesta fue la siguiente:

¡No! En todos lados pasa eso. Yo me sentí como en casa, pero no tiene, pero no es la tele eso, eh. Son las minas, digamos. No por ser mina, eran las personas simplemente. Eso pasa siempre. O sea, a cualquier lado donde voy, cuando estoy en las clases, en las charlas, en cualquier lado, la gente te pregunta las mismas cosas. Digo, no necesariamente las mismas, pero digo el mismo estilo de cosas que me preguntaban al aire, es que estoy súper acostumbrada a que me pregunten en cualquier lado. (“Entrevista a A., neurocientífica”, 2016)

Es decir, la demanda de consejo es, para esta investigadora, algo que forma parte habitual de las preguntas que le realizan en distintos ámbitos de trabajo: sus clases en la universidad, los espacios televisivos, etc. Para ella, esto es entendible, en tanto las personas buscan así personalizar la información que reciben, “todos tenemos un cerebro, y en función de ello hay cierta empatía con lo que estoy diciendo”, explicaba durante la entrevista.

Pero no todos los científicos interpretan del mismo modo la búsqueda del consejo; otro entrevistado señalaba que se sentía muy incómodo cuando era convocado en ese lugar:

Yo me siento incómodo en ese rol, yo te puedo hablar de cuestiones generales del cerebro pero no sé cómo eso afecta “tu cerebro”. El conocimiento científico es universal, es un universo de datos que no puede trasladarse al cerebro individual. Por eso esa demanda me parece compleja de satisfacer, más cuando estoy en una charla y tengo que dar respuestas. (“Entrevista a P., neurocientífico”, 2016)

Otro de los neurocientíficos con una larga trayectoria en la divulgación reflexionaba en una red social acerca de una nota suya en una revista femenina:

En la revista Para Ti que salió esta semana. Me siento un infiltrado. Todo suma. Y no se olviden que hoy y mañana, como todos los findes hasta el 10 de Octubre, estoy a las 12:30 y 14:30hs en Tecnópolis con el espectáculo Maratón Mental. (Perfil de Facebook de Y., neurocientífico, 2016)

Sentirse un “infiltrado” no es otra cosa que asumir como problemática su participación en dicha revista, aunque se trate de una actividad voluntaria. En otra oportunidad, también en las redes sociales, este investigador reflexionaba sobre otra nota periodística en un espacio similar:

Pequeños logros de vida cotidiana: que la revista EntreMujeres termine su artículo sobre cómo entrenar la inteligencia, publicado en la tapa de Clarín Digital, citando un consejo mío que es más propio del movimiento crítico y escéptico que de una clásica revista dirigida a las mujeres. (Perfil de Facebook de Y., neurocientífico, 2015)

En ambas intervenciones en las redes sociales, el investigador se muestra un tanto ambiguo frente a su participación en las revistas femeninas; esto es así porque no son espacios naturalmente cercanos a la difusión de la ciencia. No obstante, cabe mencionar que no difieren en su totalidad con las formas amplias y heterogéneas en que los neurocientíficos construyen sus trayectorias públicas. De cualquier manera, estos espacios femeninos tensionan la adecuación del rol que asumen los científicos en ellos porque son lugares cercanos a esta figura del consejero que estamos analizando. En esa línea, cabe destacar el trabajo de Nicolás Viotti en este volumen, que ilustra cómo las versiones populares de las neurociencias se amalgaman con los discursos de psicología positiva y espiritualidad que el autor analiza para el caso de una revista femenina. Es decir, el discurso de las neurociencias se pliega con otros discursos y espacios sociales ligados al bienestar, y en ese sentido se convierte en un discurso plausible de ser tomado en el nivel de consejería.

Para concluir, es revelador como uno de los científicos más reconocidos en el área de la comunicación pública de la ciencia reflexiona sobre el rol de consejeros:

A ver, ¿qué me parece? Me parece que es válido e interesante que los referentes culturales de al menos una porción de la población sean científicos. Me parece que está bueno. Lo que no está bueno es convertirnos en opinólogos de cualquier cosa, y la tentación es fuerte. Si te vienen de un programa de tele o de radio o lo que fuera a preguntarte por qué erró ese gol Riquelme, qué pasaba por su cerebro, y la verdad que tendrías que o contar cualquier cosa, divertirte y contar un chiste o decir ¡qué sé yo! Porque la estaba pasando mal, no sé, o el equipo es un desastre. Me parece que es responsabilidad nuestra saber decir que no. Y es difícil, porque es una tentación, juega también con el ego de un científico. Nunca le dieron ni cinco de pelota, y de pronto lo llaman de una radio para que opine sobre el cambio climático. No, pero yo soy biólogo, yo soy neurocientífico, ¡no importa! Bueno, está bien, te voy a decir qué opino. Es una tentación importante y, qué sé yo, no sé si cometemos tantos excesos. (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016)

Es decir, la tensión entre informar sobre neurociencias y dar consejos aplicables a la vida personal es un punto central del tipo de trabajo de divulgación que realizan los científicos, porque la retórica que utilizan para convocar la atención del público se ubica en esta polaridad. Observar cómo ellos vivencian esta tensión permite reflexionar sobre las porosidades del discurso neurocientífico con otros discursos como por ejemplo el de la autoayuda, que exploraremos a continuación.

Límites en disputa: el caso de la autoayuda cerebral2

Un caso interesante que pone en evidencia cómo los científicos que hacen divulgación corroen los límites con otros espacios o géneros es el caso de la autoayuda. La emergencia de libros de “autoayuda cerebral” se inscribe y cobra relevancia en este marco de la difusión de discursos científicos del cerebro. Se trata de un tipo de subgénero relativamente nuevo dentro de la vasta literatura de autoayuda que se basa en cómo intervenir sobre el cerebro para mejorar su performance (Ortega, 2009).

Los libros de autoayuda cerebral toman como punto de partida algunos hallazgos de los actuales conocimientos neurocientíficos, y, si bien mantienen cierta proximidad con la literatura de divulgación científica, su objetivo excede la mera divulgación, ya que su principal foco está puesto en el mejoramiento de capacidades personales. A continuación, observemos cómo uno de los entrevistados establece criterios de distinción entre los géneros:

Hay dos subgéneros. Hay uno de autoayuda cerebral que, mal que mal, tiene una base científica, y otro que es cualquier verdura. […] Entonces, dentro de ese subgénero de autoayuda cerebral, hay uno que tiene una base. Hay otro que no tiene ninguna base. Esto que disfrazó la misma autoayuda de siempre de “esfuérzate en ser feliz”, “sé bueno con el mundo y el mundo te responderá”, etcétera, ahora lo disfraza de “sé bueno con el mundo porque entonces se activará el área de bondad de tu cerebro y el mundo lo verá y será bueno contigo”. Ahí no, ahí hay que matarlos. (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016)

La legitimación científica le aporta una contundencia a los argumentos y propuestas de autoayuda, aunque no difieran del todo de otros libros del rubro, tanto en sus propósitos como en la forma de apelar a los lectores. Asimismo, el cariz científico promueve la inclusión de lectores más interesados en la divulgación científica que en la autoayuda, así como de aquellos a quienes la pátina científica les “habilita” el consumo de este tipo de productos. En esa línea, veamos la opinión de uno de los coautores de dos libros de divulgación más relevantes en cuanto a ventas y circulación social. Se trata de un profesional de las letras que escribe con el neurocientífico más popular del país:

Así como está la lectura vergonzante está la lectura prestigiante. Entonces da gusto decir que lo estoy leyendo, da gusto mostrarlo. Digamos, poniendo en la mesa ratona del living de la casa para cuando viene la visita te pregunte, ¿ah estás leyendo “ta, ta, ta”?, así como está la lectura que se oculta abajo del colchón. (“Entrevista a M., divulgador”, 2016)

Ahora bien, el límite entre la literatura de divulgación neurocientífica y la autoayuda cerebral no es siempre evidente. Es difícil establecer fronteras claras entre los libros de divulgación neurocientífica y los de autoayuda cerebral, ya que unos y otros comparten elementos de ambos subgéneros, aunque en diferente proporción. Esta ambigüedad se debe en parte a la forma en que buena parte de los neurocientíficos que se dedican a la divulgación se posicionan en los espacios de difusión (como sus columnas en los diarios) o al modo en que promocionan sus productos, tal como hemos mencionado.

No obstante, los científicos que realizan divulgación en general se expresan en contra de la autoayuda, como lo resume el siguiente fragmento de entrevista:

[…] mientras no se contamine de discurso científico y le haga bien a la gente, ¿qué va a ser? Hay que bancárselo. Hay gente que, yo era muy militante evangélico anti discurso autoayuda, y hasta que noté que hay gente que le viene bien que le diga cosas obvias, triviales, bien dichas en muchos casos, y lo toma como un aliciente, como un incentivo para “no, hoy voy a salir a buscar trabajo y me va a ir bien y qué sé yo”, y les sirve realmente. Entonces sí hay una porción, no desdeñable de la población, que consume ese tipo de productos, que no son nocivos y les hacen bien, y bueno hay que bancársela. Hay que bancársela realmente. Ahora, cuando esos productos buscan teñirse de una base científica, o bien se meten con cuestiones de salud con las cuales no tiene nada que ver, ahí sí hay que salir con todas la garras. Porque de ciencia no tiene nada la autoayuda. (“Entrevista a A., neurocientífico”, 2016)

Advertidos sobre las porosidades entre divulgación de neurociencias y autoayuda, otros neurocientíficos utilizan esta tensión como parte de su estrategia retórica. Ejemplo de ello es el comentario en las redes sociales de un neurocientífico que anuncia la presentación de su libro. En primer lugar aparece la foto del libro y, debajo, la siguiente leyenda:

Cuando se dieron cuenta de que no era un libro de autoayuda, las librerías lo mandaron al depósito. No obstante, puede que 100% Cerebro sea un buen regalo de Navidad para aquellos que festejan y también para aquellos que se quedan solos en su casa mirando los fuegos artificiales con tristeza. Garantizo ciencia, diversión, profundidad, Los Simpsons, anécdotas familiares y esos pequeños desafíos de nuestra vida en sociedad. Obligue a su librero a ir al depósito y hará feliz a un lector y, por supuesto a un científico en su lucha contra la pseudociencia y la sarasa. (Bek, 2015)

Lo interesante de la propaganda del libro es que coloca en un mismo plano la cercanía con la autoayuda y la búsqueda por establecer marcadas diferencias entre uno y otro género. Sin embargo, esta retórica omite cómo los científicos participan en lograr esas cercanías y acercamientos con un género problemático desde su perspectiva.

Tapa del libro Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor, por Facundo Manes, uno de los neurocientíficos más mediáticos.

Títulos como Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor (Manes & Niro, 2015) suenan cercanos a la literatura de autoayuda y, por más de que su contenido no se inscriba dentro de la misma, ciertamente contienen apelaciones directas a cómo lograr mejorar el rendimiento cerebral, cómo cuidar el cerebro y tener una salud cerebral óptima, entre otras cuestiones que comparten un espíritu común con el discurso de las recomendaciones médicas y también el de la autoayuda en tanto apelan a la voluntad del lector y a la posibilidad de modificar el cerebro mediante un plan o una serie de consejos que éste y otros libros de divulgación de neurociencias sugieren.

Para finalizar, retomo el análisis de Thornton (2011) sobre las neurociencias populares, quien da cuenta de un proceso de doble interpenetración entre la cultura de la autoayuda y la cultura cerebral. La autora sugiere que los discursos de divulgación de las neurociencias colaboran con la agenda terapéutica de la autoayuda imbuyéndole autoridad médica y científica. Asimismo, la cultura de la autoayuda favorece la inserción de los saberes populares neurocientíficos en el plano de lo terapéutico. Es decir, pese a las críticas y a los intentos de diferenciación, los libros de autoayuda cerebral colaboran en el proceso de generar una cultura científica al alcance de los legos. La fusión de la autoayuda con la divulgación de las neurociencias, al combinar un discurso legitimado por la ciencia con un discurso terapéutico, multiplica el impacto retórico de las argumentaciones científicas que circulan tanto dentro de la literatura de autoayuda como en el discurso de las neurociencias populares.

Reflexiones finales

En este trabajo examiné cómo los neurocientíficos clasifican formas y contenidos de divulgación de neurociencias como legítimas o ilegítimas según su correspondencia con la evidencia científica. El análisis iluminó las propias acciones de los neurocientíficos cuando transgreden, movilizan y redefinen esos criterios de clasificación en su afán de comunicar neurociencias a un público masivo. Lo interesante de ello es que permite reflexionar sobre las tensiones entre producción y difusión de conocimiento científico, dando cuenta de las porosidades y fronteras entre dichas esferas. En este sentido, los científicos se tornan actores híbridos: participan de la producción de conocimientos y de la difusión, y en ese camino transitan del laboratorio a los medios de comunicación asumiendo una diversidad de roles, desde actuar o presentar programas de entretenimientos, dar opiniones sobre temas de actualidad en columnas de revistas y diarios, o convertirse en expertos en bienestar, y acercarse así a los consejos y la autoayuda.

Estos roles muchas veces los exceden, y no son necesariamente elecciones concretas, sino que entran en tensión con el lugar al que son convocados por otros. Es en ese punto donde los científicos, agradecidos por el neuroboom y el creciente interés público sobre su disciplina se sienten incómodos. Dar consejos, escribir autoayuda, hablar en un teatro, se tornan actividades difusas que plantean interrogantes sobre las porosidades entre las esferas científicas, espirituales y del sentido común, entre otras.

El neuroboom, como fenómeno analizado aquí, se constituye en un termómetro interesante para ver cómo se construyen los criterios de legitimidad sobre qué se dice del cerebro y qué credenciales porta quién habla. Los neurocientíficos se tornan allí en voces activas que pretenden evaluar las producciones públicas sobre el cerebro en función de cuánto representen la evidencia científica. Mucho más que dar cuenta de la verdad sobre estas evaluaciones, es decir, si las diferentes versiones de las neurociencias populares cumplen o no con los criterios de legitimidad, en este acto de clasificar son los mismos científicos que logran imponerse como poseedores no sólo del capital simbólico de nombrar, ordenar y juzgar los productos del neuroboom, sino también como aquellos que están por fuera de esos criterios y no pueden ser juzgados.

Por último, cabe señalar que este trabajo pretende iluminar algunos de los modos de circulación de los saberes expertos y las transformaciones que sufren cuando buscan convertirse en accesibles a un público lego.

 

Bibliografía

*Imagen de portada: tapas de libros publicados recientemente sobre el tema del cerebro y las neurociencias.

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Dumit, Joseph (2004), Picturing Personhood. Brain Scans and Biomedical Identity, Princeton: Princeton University Press.

“Entrevista a A., neurocientífica” (2016), entrevista realizada por la autora, 3 de junio de 2016.

“Entrevista a A., neurocientífico” (2016), entrevista realizada por la autora, 5 de mayo de 2016.

“Entrevista a D., neurocientífico” (2016), entrevista realizada por la autora, 12 de marzo de 2016.

“Entrevista a F., neurocientífico” (2016), entrevista realizada por la autora, 3 de julio de 2016.

“Entrevista a M., divulgador” (2016), entrevista realizada por la autora, 5 de septiembre de 2016.

“Entrevista a P., neurocientífico” (2016), entrevista realizada por la autora, 15 de agosto de 2016.

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Illouz, Eva (2010), La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda, Buenos Aires: Katz.

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Sigman, Mariano (2015), La vida secreta de la mente, Buenos Aires: Debate.

Thornton, Davi (2011), Brain Culture: Neuroscience and Popular Media, New Brunswick: Rutgers University Press.

Instrucciones de citado en la versión PDF.

  1. Esta emisión del programa en cuestión actualmente se encuentra en línea: http://www.elnueve.com.ar/espectaculos/como-mantener-la-mente-joven-21241
  2. Esta sección se basa en el artículo ya publicado por Mantilla (2017).