El tiempo no siempre estuvo encerrado en nuestros relojes pulseras y teléfonos celulares para ser medido y usado como referencia, para acordar una cita o el comienzo sincrónico de actividades distantes. En este capítulo nos preguntamos qué ocurría antes de que eso fuera así, ya sea en ámbitos científicos o en los devenires de la vida cotidiana. ¿Qué quería decir en el siglo XIX hacer algo al mismo tiempo? Aunque tanto Peter Galison como otros historiadores se hicieron esta pregunta (Galison, 2003), muy pocos trabajos enfocaron el tema en la historia Argentina. Por un lado, en este capítulo se atenderá a saberes sobre el tema en ámbitos muy especializados, de esos en los que importaba –y mucho– subdividir el tiempo en fracciones de segundos –como es el caso de los observatorios astronómicos–, y para esto se analizarán algunas publicaciones científicas. Por otro lado, se enfocará el mismo tema en ámbitos legos, y para ello se examinarán periódicos de la prensa diaria junto a otras publicaciones, ya sea que en las mismas aparezcan ideas asociadas al saber popular o a las que ostentaban los estadistas de la época acerca de cómo se debía medir y coordinar el tiempo en el territorio nacional.
Para 1894 ya existían diversas disposiciones legales que apuntaban a unificar la hora nacional, incluyendo un decreto de ese mismo año. Hasta entonces las localidades establecían sus horas por métodos variados y no existía una regulación central al respecto. La idea detrás del decreto del 31 de agosto de 1894 que establecía la hora oficial del meridiano de Córdoba para las vías férreas y que el 25 de septiembre se convertiría en ley ampliándose su aplicación para todas las oficinas públicas del país era lograr la coordinación mediante señales telegráficas, ya que los cables atravesaban diversas provincias. Los intentos de medir el tiempo y sincronizar las horas locales adecuadamente se basaban en necesidades de ensamblar actividades distantes, en lo que se empezaba a considerar como un territorio unificado. Entre quienes intentaban hacerlo, se encontraban tanto el director del Observatorio de Córdoba como el de La Plata, ambos extranjeros (norteamericano uno, francés el otro). La institución cordobesa iba a ser además la encargada de fijar la hora unificada que correría por los cables.
La pregunta que intenta responder este trabajo es cómo el conocimiento y las tecnologías usadas en los observatorios que implicaban controlar y fraccionar los tiempos de trabajo –para poder ensamblar actividades distantes o diferidas– se vinculaban con percepciones no expertas de la época sobre la necesidad de coordinar actividades locales. Las repuestas comprenderán las tecnologías telegráficas y de relojería; las transformaciones en el mundo del trabajo que hacían que el control minucioso de los tiempos y ritmos laborales se vuelva una necesidad; y los intentos de mapear los territorios nacionales, entre otras cuestiones que se replanteaban en ámbitos científicos, técnicos y populares.
En relación al control de los tiempos del transcurso de la vida cotidiana y su creciente secularización, por entonces prevalecía una noción del tiempo como parámetro exterior y regular, absoluto, verdadero, matemático, contra el cual debía ser medido el devenir del mundo natural y social. Se trataba de la concepción científica newtoniana del tiempo, para entonces ya extendida a los criterios del sentido común. En los intentos de sincronizar actividades distantes se ponía de manifiesto esa noción particular del tiempo (Bartkly, 2000; Dohrn-van Rossum, 1996; Galison 2003; Welch, 1972).
Sin embargo, la insistencia en la coordinación temporal de tareas distantes hacia fines del siglo XIX estuvo ligada también al trastocamiento de las nociones científicas y del sentido común sobre el sentido de la medida del tiempo que ocurrirá más adelante, a principios del siglo XX (Galison, 2003). Como Galison mostró, las tecnologías de medición del tiempo propagadas en el siglo XIX tuvieron mucho que ver con el traspaso de una concepción del tiempo absoluto –como “sensorio de Dios”, según Newton– a una concepción según la cual se lo definía por referencia a un sistema determinado de relojes acoplados. Se trata de una definición procedimental del tiempo, desde Einstein: el tiempo fluiría a ritmos diferentes, por eso se habla de “tiempos” y no ya de tiempo absoluto.
Nuestro estudio se centra entonces en las problemáticas suscitadas en relación a una concepción cotidiana y científica del tiempo, específica de la mecánica newtoniana, donde todavía los relojes eran reflejos de ese tiempo uniforme y exterior al devenir material. No obstante, los conflictos que serán relatados muestran un estado de situación propio de la época en todo el globo, que a largo plazo será uno de los tantos ingredientes que llevarán a Einstein a transformar los criterios científicos sobre las nociones de tiempo y espacio a inicios del siglo siguiente. En ese sentido, este trabajo puede considerarse como una descripción de las condiciones históricas en las cuales se inicia esa transformación desde una concepción absoluta del tiempo a una concepción procedimental del mismo.
Saberes expertos sincronizados en el mundo
En todo el mundo, los astrónomos estaban entre los primeros que intentaron sincronizar acciones distantes. Esto se debía a que necesitaban efectuar muchas observaciones desde diferentes lugares, observaciones que, además, para que pudieran ser comparadas, tenían que realizarse en estricta simultaneidad. Hasta el siglo XIX, los mapas del cielo circulaban en ámbitos diversos y servían para orientarse en la tierra o en el mar, pero aún no era una necesidad imperiosa contar con una única representación de toda la cúpula celeste. Esos mapas adquirían entonces sentido desde recorridos territoriales restringidos, tanto como aquellas porciones del cielo que se veían sobre los mismos. Por el contrario, en el siglo XIX, en consonancia con la extensión de los entramados territoriales de las naciones modernas y la conformación de redes de trabajo internacionales, los astrónomos resignificaron los mapas anteriores como mosaicos dispersos, retazos desparramados de una cúpula recortada, cuando no desperdicios de trabajo desorientado. Por consiguiente, invocaron la necesidad de extender los mapas unificados de todo el cielo avizorado desde el planeta. Los mapas y catálogos estelares se armaban sobre un entramado cada vez más denso de transportes y medios de comunicación, adquiriendo así un nuevo valor: la representación de la cúpula celeste debía ser constituida de tal modo que permitiese ubicar la coordenada de cada estrella desde lugares del planeta antes inimaginados.
Entonces, diversos fondos estatales y privados financiaban y ponían en acción las tareas astronómicas internacionales. Precisar variables estelares significaba cartografiar, saber por dónde mover hombres y mercancías, calcular recorridos y tiempos en los tendidos ferroviarios y en las expediciones militares. Esta asociación entre el desarrollo de la astronomía al servicio de la navegación, de la cartografía y del dominio territorial fue señalada reiteradamente por la historiografía (Crosby, 1997; Palau Baquero 1987; Marshall, 2001).
No obstante, ni el fenómeno de la expansión territorial era nuevo, ni la elaboración de catálogos y mapas celestes –que ya existían antes del siglo XIX. Lo propio de ese siglo, y de las redes de trabajo en las que los astrónomos que aquí mencionaremos se movían, fue el intento de unificar los catálogos astronómicos. Se aspiraba entonces a representar la totalidad de la cúpula celeste y que los equipos de los observatorios respondiesen a los mismos criterios de trabajo. Como veremos, para esto se necesitaba un acuerdo común sobre cómo medir el paso del tiempo, desde diferentes lugares y de manera simultánea. Como Galison recordó, para llegar a ese consenso se tuvo que definir qué quería decir “al mismo tiempo”.
Cronógrafos y expertos en el Observatorio de Córdoba
El Observatorio de Córdoba fue fundado en 1871 con fondos del Estado Nacional, cuyos representantes alegaban necesidades diversas para el gasto; entre ellas, que el observatorio sería un símbolo de que en estas tierras se impulsaban las ciencias modernas. Como muestra de que los saberes astronómicos eran débiles localmente, el astrónomo que primero dirigió la institución fue un norteamericano: Benjamin Gould.
Este científico se había formado entre astrónomos germanos que promovían la construcción de catálogos y mapas unificados. Cuando se puso al frente del Observatorio Nacional ubicado en Córdoba, intentó que se avanzara en transformaciones instrumentales acordes a esas tareas en las que había sido entrenado. Este no era un movimiento local; en todo el mundo se verificaba el crecimiento del diámetro de los telescopios lo que permitían ver cada vez más estrellas: la construcción de aparatos llamados fotómetros que hicieron posible medir los brillos estelares y –lo que más nos importa en este capítulo– la introducción del cronógrafo eléctrico que apuntaba a estandarizar el sentido del paso del tiempo en las observaciones.
Antes del cronógrafo, los astrónomos tenían que ver la estrella y escuchar el tictac del reloj al mismo tiempo para estimar cuál era el momento en el que una estrella particular pasaba por delante del telescopio (Chapman, 1983). Pero diferentes astrónomos discrepaban acerca de cuál era ese momento. Los errores, como advertía hacía décadas el director del observatorio de París, podían acumularse y derivar en problemas groseros vinculados a la ubicación territorial.
El cronógrafo eléctrico se introducía intentando eliminar este error. En este dispositivo, la corriente eléctrica hacía girar a velocidad homogénea un cilindro sobre el que se apoyaba una cinta de papel. Una pluma que escribía sobre el papel se levantaba cuando el astrónomo presionaba un botón, conectado, a su vez, con alambres al aparato. De esta manera, se dejaba una marca en el trazo antes continuo de la pluma sobre el papel. Como el aparato estaba unido a un reloj, la marca quedaba asociada a un momento determinado. El astrónomo presionaba el botón cuando veía pasar la estrella por el telescopio, y lo que quedaba marcado en la cinta era el momento del tránsito de la estrella por el telescopio. En lugar del astrónomo, era el reloj unido al cronógrafo el que dejaba escrito qué momento era ese. Los datos luego se usaban para construir catálogos y mapas celestes.
Para los astrónomos, dibujar el tiempo era atraparlo y poder darle uso; era observar no sólo el tiempo de los movimientos aparentes de las estrellas, sino también el ritmo de los cuerpos de los observadores. El Observatorio de Córdoba entraba de lleno en los regímenes de trabajo astronómico mencionados por Simon Schaffer (Schaffer, 1988) para la misma época. Los mismos se caracterizaban por una división del trabajo bastante extendida y por complejas organizaciones de vigilancia de las tareas de observación, así como de las destinadas a ensamblar los cálculos y productos de las observaciones. Algunos de los directores comparaban la disciplina en sus observatorios con la que habían aprendido de los administradores de fábricas de su época.
También en esa época, el director del Observatorio de Nacional ponía la institución al servicio de auxiliar a las misiones estadounidenses que intentaban establecer las longitudes del continente con métodos telegráficos. En estas actividades, así como en la de construcción de catálogos, eran frecuentes las reflexiones sobre los dispositivos eléctricos que se ponían en funcionamiento en la medición y coordinación de los tiempos de actividades diversas, distantes y diferidas.
Expertos en el Observatorio de La Plata
Una década y media después que el de Córdoba, se creaba el Observatorio de La Plata, financiado con los primeros fondos de la provincia de Buenos Aires destinados a la construcción de la ciudad recientemente diseñada. Nuevamente poniendo de manifiesto que para la dirección de las tareas científicas se consideraba necesario contratar a extranjeros, Francis Beuf fue nombrado al frente de la institución. Militar francés, que había recibido la educación en astronomía impartida a los marinos de su país, Beuf desde hacía unos años se encontraba en la Argentina formando a militares. Si el director del observatorio en Córdoba coordinaba sus tareas con constructores de catálogos alemanes y con expediciones estadounidenses, este nuevo observatorio entraba en funcionamiento coordinando con el entramado de tareas dirigidas por el Bureau des Longitudes de Francia.
Durante décadas, los equipos de ambos observatorios mantuvieron una relación tensa, cuando no de abierta disputa, como manifestación de sus respectivas participaciones en redes de trabajo enfrentadas. Por razones de espacio no nos extenderemos sobre cómo los empleados del observatorio platense utilizaban las tecnologías telegráficas; alcanza con decir que su experiencia estaba muy vinculada al establecimiento de las longitudes locales, a la provisión de la hora a quien lo solicitara y al manejo de estaciones meteorológicas sincronizadas en la provincia de Buenos Aires (Rieznik, 2013).
En todos estos casos, tanto en el Observatorio de La Plata como en el de Córdoba, los astrónomos utilizaban tecnologías similares que luego serían extendidas en el territorio nacional a través de los telégrafos eléctricos, esto es, corriente eléctrica dirigiendo señales gráficas a la distancia a través de alambres. Cabe aclarar que ni el cronógrafo eléctrico ni otros dispositivos asociados a la telegrafía solucionaron el problema de las diferencias entre los registros de los distintos astrónomos. Con el uso del cronómetro, el problema se trasladaba de la escucha del sonido del reloj al momento en que el científico debía presionar el botón que levantaba la pluma. La dimensión subjetiva de la observación seguía ocupando un lugar central, a pesar del adelanto tecnológico. Los expertos veían las tecnologías de medición del tiempo como solución a ciertos problemas; no obstante –como bien lo sabían– se generaban otros.
Esto quiere decir que los astrónomos en todo el mundo no sólo estuvieron entre los primeros en utilizar estas tecnologías intensivamente, sino que, en sus intentos de homogeneizar las mediciones sobre el sentido del paso del tiempo, fueron pioneros en adquirir conciencia de los problemas que acarreaban los dispositivos de relojería más precisos de la época.
Control del tiempo y del microtiempo
Hay que remarcar que la sensación de que la coordinación temporal era necesaria para controlar los tiempos de trabajo, coordinar sus ritmos y ensamblar procesos y resultados se extendía por todo el mundo laboral, y no era exclusiva del ámbito científico. Desde la Revolución Industrial, abundan los ejemplos que rastrean en la historia que va de la manufactura artesanal a la industria moderna los procesos por los que, junto a la introducción de instrumentos en las fábricas, se comienzan a controlar los ritmos y tiempos de sus trabajadores. Lo mismo podría decirse de la coordinación temporal de tareas distantes, la cual no era sólo una preocupación de los científicos.
Si consideramos el sentido común sobre la coordinación de actividades distantes de la vida cotidiana, en la Argentina también existían intentos de implementar las tecnologías telegráficas para la coordinación de tareas. Por ejemplo, con la idea de coordinar acciones distantes, por lo menos desde los años 70 del siglo XIX, mientras Adolfo Alsina era ministro de Guerra, el ejército intentaba colaborar en la instalación de postes telegráficos para poder así facilitar estrategias de acción temporalmente coordinadas, a distancia, contra los indios. Lo que se ve en las fuentes es la enorme esperanza que tenía Alsina, y luego los hombres del General Julio Argentino Roca, en esta posibilidad técnica como arma en la lucha contra el indio. No obstante, años después vemos las líneas telegráficas interrumpidas constantemente, entre otras causas, debido a que a los indios les resultaba mucho más fácil tirar abajo un poste telegráfico que andar persiguiendo a chasquis y baqueanos por las extensiones del Chaco o la Patagonia (Rieznik, 2014a, 2014b).
Esto demuestra que, sin duda, los militares tenían plena conciencia de las dificultades asociadas a la implementación de esta tecnología de coordinación temporal. Lo mismo puede decirse de los administradores de las líneas ferroviarias nacionales, donde funcionarios e inspectores eran conscientes de las falencias de esa tecnología para solucionar los problemas; tanto en la coordinación técnica como organizativa de las líneas telegráficas se sucedían las quejas y reclamos respecto al buen funcionamiento de las mismas, y se realizaban ajustes sucesivos tendientes a solucionarlas.
Sin embargo, en el siglo XIX, el nivel de ajuste que se reclamaba de los trabajos de la ciencia era alto, por lo tanto la simultaneidad y coordinación entre trabajos era buscada con más controles que en otros ámbitos, y para fracciones menores de segundo (Canales, 2009). Los astrónomos, junto a algunos otros científicos, eran de los primeros que necesitaron precisiones de décimas de segundo en sus trabajos (Canales, 2009; Arago, 1853; Safford, 1896). Como señala Jimena Canales al estudiar otros países en la misma época, las tareas de la vida cotidiana todavía no requerían de tecnología que permitiera fraccionar el tiempo en décimas de segundos. De hecho, las investigaciones de Canales giran en torno a las diversas preguntas que son respondidas midiendo décimas de segundos durante el siglo XIX, y que comprenden ámbitos que van desde los observatorios a los laboratorios de fisiología, pasando por los laboratorios de psicología experimental. En términos más generales, la autora apunta a desentrañar cómo es que los científicos terminaron siendo capaces de instalar la medición de este “microtiempo” como una forma de conocimiento distinto y superior a otros tipos de conocimientos.
No obstante, la otra cara de esta misma cuestión consiste en dirimir cuánto tuvo que ver la continua transformación de los procesos de trabajo en el mundo industrial y las transformaciones geopolíticas del siglo XIX con esa obsesión de los científicos por la medición de actividades tan disímiles. Desde esta perspectiva, ya vimos cómo los directores de los observatorios locales estaban insertos en redes geopolíticas diferentes y en redes de regímenes de trabajos que pautaban sus formas de funcionar, así como también mencionamos los trabajos de Schaffer que indican la influencia de los regímenes de control del trabajo de las fábricas de la época en la organización de los observatorios y otros espacios de saber experto (Schaffer, 1988, 1994).
Legos coordinando tiempos con instrucciones expertas
La pregunta que examina este artículo es la misma que había formulado Canales, pero en este caso circunscrita al contexto argentino: esto es, cuánto tuvo que ver la insistencia denodada de los directores de los observatorios astronómicos argentinos por coordinar los trabajos en sus institutos por medio de cables telegráficos y dispositivos de relojería –buscando coordinar tareas realizadas por personas diferentes en distintos momentos y lugares– con otros intentos de la misma época de coordinar las actividades en todo el territorio nacional.
Para responder esta pregunta, debe tenerse en cuenta, en primer término, el lugar central que la astronomía de la época ocupaba en la divulgación de la ciencia. Vamos a mostrar cómo eso, entre otros factores, había permitido que se empezaran a dirigir hacia el público local apelaciones sobre la relevancia del ajuste preciso de los relojes. Más aún, inclusive el “microtiempo” caracterizado por Canales había empezado a filtrarse en el ámbito popular hacia fines del siglo XIX.
En primera instancia, la necesidad de referirse al microtiempo podía apreciarse en las noticias sobre el pasaje de Venus por delante del disco solar en 1882. Para este evento astronómico atendido internacionalmente, la Argentina y otros países del hemisferio sur habían sido señalados como puntos privilegiados de observación. El gobierno de la Provincia de Buenos Aires daba apoyo financiero y cooperaba con miembros de la marina francesa y del Bureau des Longitudes en una de las misiones para el evento. Mientras el acontecimiento adquiría dimensiones de espectáculo público, la prensa reclutaba observadores amateurs para multiplicar los registros y difundía las instrucciones de los expertos para obtenerlos: en la revista El Mosquito el evento ocupaba la primera plana, mientras que en la imprenta del diario La Nación se instalaba un observatorio improvisado y en sus páginas se anunciaba dónde se podían comprar los anteojos astronómicos para observar el suceso (Rieznik, 2011). Como en otras disciplinas, el reclutamiento de astrónomos aficionados implicaba el desarrollo de una oferta variada de adminículos para poder sumarse a la gran empresa de la ciencia.
Al terminar el evento, bajo el título de “La palabra oficial”, La Nación publicaba las comunicaciones del Ministerio de Marina respecto de la observación. En los escritos, citando a Beuf, se incluían los registros de los contactos con precisión de segundos, tal como serían enviados al Observatorio de París:
[…] a las 2h 21m 45s de Callier, hora marcada para el contacto, se apercibieron el sol y el planeta […] a 2h 26m 40s el contacto geométrico me pareció verificarse […] A las 2h 26m 42s. de Callier, apercibí un filete luminoso entre el planeta y el borde del sol […] 2h. 27m. 0s. El filete aumenta […]. Todas las horas anotadas están en tiempo del Cronometro 700 Callier, arreglado aproximadamente sobre el tiempo de París. Los tops eléctricos serán luego traducidos más tarde de la cinta cronográfica y darán los instantes exactos. […] El Director de la Escuela Naval, señor Boeuf, dirigió ayer […] la siguiente nota, dando cuenta del resultado de las observaciones […] El telegrama á que se alude en esta nota fue trasmitido ayer mismo á Paris:.. (“La palabra oficial”, 1882)
Se trataba de la transcripción de los registros de la comitiva del gobierno ya mencionada, solventada para colaborar con miembros de la armada francesa. Gracias a la difusión que el evento adquiría en la prensa diaria, se haría aparecer, esta vez en el ámbito público, al “microtiempo” de las actividades que necesitaban medirse con la cinta cronográfica. La capacidad de la ciencia de fraccionar el tiempo y predecir la sincronización de los eventos celestes ya no pasaba desapercibida:
[…] la sola presencia de aquella mancha negra, á la manera de un agujero practicado en el círculo incandescente que le servía de fondo siempre impresionaba grandemente el espíritu, y constituía un espectáculo no exento de sublimidad, –no tanto por la idea de que se tenía á la vista todo un planeta suspendido en los espacios por la ley misteriosa de la gravitación. Ni porque la mente palpara por decirlo así en aquel instante que la tierra que pisábamos volaba también, á la manera del punto negro, por las inmensidades del infinito; cuanto porque aquel punto, presentándose alli á la cita de un signo, á la hora, al minuto, al segundo que la ciencia le fijara, representaba una de las más hermosas conquistas del espíritu humano, era el triunfo de la inteligencia, reivindicando una vez más la propiedad absoluta de los secretos que rijen la mecánica de los cielos. (“La palabra oficial”, 1882)
Se intentaba sumar a los legos a estas conquistas que permitían citar a los astros a un encuentro con precisión de hora, minuto, segundo y décima de segundo, según se podía apreciar en los registros que se hacían públicos. El cronista del diario de marras, que fomentaba en sus notas el derecho del público no sólo a conocer, sino a participar en el evento, se tomaba en serio la propuesta y, al finalizar la observación, trataba de aportar datos que pudiesen estar a la altura de las misiones oficiales. Lo que más importa en este capítulo es que, en el intento de registrar el momento justo de paso del planeta por delante del Sol, el reportero informaba que:
Cabildo no marca bien el tiempo local, ó el cálculo falló por la enormidad de un minuto y talvez segundos, ó nuestros ojos vieron mal; pero lo cierto es que eran las 3 y 57 y recién el borde negro de Venus desfloraba […]. («El paso de Venus”, 1882)
En este mirador amateur, se evidenciaba un primer problema para la multiplicación popular del registro del fenómeno, tal como era instruido por los expertos: no existía la uniformidad necesaria en los relojes de la vida cotidiana, ni siquiera en el orden de los minutos. El tema sobre la desorientación respecto a quién fijaba la hora local aparecía entonces como un obstáculo para que la actividad astronómica pudiese ser extendida al ámbito popular.
Los estadistas y los relojes de la vida cotidiana
Como vimos, los intentos de sincronizar el trabajo astronómico se venían desarrollando en los ámbitos expertos, y algunos de ellos trascendían al ámbito popular, desde dónde se señalaban fallas en los relojes de la vida cotidiana. Unos años después, en boca de algunos estadistas, germinaban discursos sobre la necesidad de coordinar temporalmente todas las actividades del territorio nacional. Como parte de este contexto, queremos poner aquí de relieve las constantes apelaciones, menciones y misivas intercambiadas con astrónomos locales y franceses por parte de Gabriel Carrasco, quien ocupó variados puestos como funcionario del Estado, y quien finalmente fue el principal impulsor de la ley de unidad horaria local decretada en 1894 (ver Carrasco, 1893; Rieznik, 2009a, 2009b, 2011, 2013; Paolantonio & Edgardo Minniti, 2011; Otero, 1998).
Para entender la vinculación que proponemos con las tareas de sincronización en los observatorios astronómicos, debe resaltarse que algunos de los aspectos que ya señalamos no son particularidades argentinas: los directores de estos espacios en todo el mundo jugaban algún papel en las tramas sociales que intentaban coordinar las horas en los diversos territorios nacionales, lo que no fue una mera casualidad, sino se dio porque ellos fueron de los primeros que aprovecharon la tecnología telegráfica para coordinar temporalmente trabajos distantes.
En ese marco, en las discusiones argentinas sobre la hora nacional, se hacían referencias constantes no sólo a los directores de los observatorios locales, sino a astrónomos franceses que ya estaban preocupados con la distribución de una hora unificada. También en el resto del mundo los observatorios estuvieron encargados de determinar las longitudes terrestres y las horas locales, enviando señales horarias todos los días por las líneas telegráficas nacionales o cada vez que lo pedían los jefes de comisiones de límites o los capitanes de buques en los puertos particulares. La referencia constante de Carrasco a los astrónomos como autoridades en el área de la coordinación temporal era un reflejo de ese estado de situación.
Cuando, años después del pasaje de Venus, el tema de la falta de precisión de los relojes de la vida cotidiana apareció en los discursos de Carrasco, la necesidad de unificar la hora se señalaba como vinculada al desarrollo de ciertas tecnologías del transporte y de la comunicación. El telégrafo –que para la década del 90 del siglo XIX contaba con varios miles de kilómetros de cableados en la Argentina– ponía de manifiesto y agravaba algo que ya se sabía y que se ponía de relieve en ocasiones como el pasaje de Venus, un problema con el que los directores de los observatorios se encontraban constantemente: hacer algo “al mismo tiempo” no quería decir hacer algo a la misma hora, porque eso dependía de en qué meridiano nos encontrásemos.
No obstante, no era sólo que los telégrafos –extendiéndose entre provincia y provincia, o internacionalmente y atravesando océanos– pusieran de relieve la diferencia horaria, sino que eran ellos los que hacían posible que ese “al mismo tiempo” cobre sentido para una porción mayor de las actividades frecuentes.
Ya no se trataba tan sólo de observar los astros y armar mapas precisos, ni siquiera de mover ejércitos, sino de llegar al mismo tiempo a oficinas distantes para realizar conferencias telegráficas, sólo por tomar un caso que indica las diferentes dimensiones cotidianas del asunto.
La comunicación ya no era sólo entre científicos o militares, las conferencias interprovinciales o dentro de una misma provincia podían ser personales, pero también con índoles legales, jurídicas, administrativas, financieras, bursátiles o comerciales, tanto en ámbitos privados como estatales. Así, la flamante posibilidad de coordinar variadas tareas distantes requería un acuerdo sobre cómo fijar y coordinar las horas locales.
Por otro lado, además de ser un medio para la solución –en tanto la coordinación temporal se podía hacer a través de señales que corrían por sus alambres–, el telégrafo era también el problema mismo. Algunas de las líneas telegráficas corrían paralelas a las vías ferroviarias y transportaban la hora de la estación cabecera a las demás paradas, cuestión que si bien sincronizaba las horas a lo largo de la vía férrea, generaba que en algunas provincias los barrios de las estaciones tuvieran una hora, mientras el resto de la provincia otra.
Alegando este tipo de cuestiones de orden práctico, en 1894 Carrasco impulsó, hasta que se aprobó, un decreto de unificación horaria del territorio argentino. La hora de todas las provincias se acoplaría a la hora ya dictada por el Observatorio de Córdoba. Este decreto forma parte de la historia de la construcción del Estado en la Argentina en tanto la unificación de la hora puede pensarse junto a otras medidas propias de la delimitación de las fronteras nacionales tales como la unificación aduanera, monetaria, de pesos y medidas, entre otras (Rieznik, 2014b).
Expertos, legos y la dificultad de encorsetar el tiempo
Al decreto impulsado por Carrasco le ocurriría algo parecido a lo que le pasaba a los directores de los observatorios, a los supervisores de los telégrafos nacionales, era similar a lo que ya habían experimentado como desilusión algunos militares esperanzados con el telégrafo. Una cuestión era proclamar la necesidad de coordinación y otra muy distinta era lograrla.
Aún quince años después del decreto de unificación horaria, en una entrevista para el Diario de Mendoza, Juan Carullo –astrónomo amateur y gerente del Banco Industrial de Mendoza– sostenía:
Pienso también proponer la uniformidad de la hora en las oficinas públicas, bancos, ferrocarriles, etc., porque aquella no es ahora uniforme. Usted habrá podido observar quizá que ni en el mismo ferrocarril la hora es exacta, si bien se rige por la del observatorio de Córdoba, pues resulta que á veces los relojes acusan una variación de algunos minutos. Mediante la péndula que usted vé, se podrá tener la hora con rigurosa exactitud y en completa uniformidad. Tiene un mecanismo que permite comunicarla por medio de corriente eléctrica, minuto por minuto, á los demás relojes que estén con ella en contacto. (“Entrevista a Juan Carullo”, 1910; citado en Pacheco, 2013, p. 7)
Trascendían así no sólo conocimientos sobre tecnologías de coordinación horaria, sino sobre los problemas de sus implementaciones. En relación a la difusión y circulación de las aplicaciones de las tecnologías de fraccionamiento del tiempo, en otras fuentes observamos la trascendencia que empezaban a adquirir el conocimiento y utilización de estas máquinas.
Como ejemplo de cómo el microtiempo en la Argentina trascendía el ámbito de la experticia científica y se instalaba como tema de dominio de un público más amplio, podemos observar que la imagen de un cronómetro ilustraba la nota en un artículo publicado en 1908 en El Monitor de la Educación Común (Mercante, 1908).
El cronómetro, a diferencia del cronógrafo, no dibujaba los tiempos medidos, sino que los indicaba con una aguja sobre un cuadrante en el que estaban marcados los segundos y sus fracciones. El Monitor era el órgano del Consejo Nacional de Educación y jugaba un papel fundamental en la regulación de la extensión de los establecimientos educativos estatales. La nota en cuestión que se titulaba Estudio del niño. El tiempo de reacción y explicaba cómo el cronógrafo había empezado a utilizarse en los observatorios, y luego fue extendido no sólo en laboratorios de fisiología sino de psicología experimental, para estudios de reacciones auditivas, ópticas, gustativas, olfativas y táctiles a determinados estímulos. Se trataba de medir los tiempos de reacción simples, o fisiológicos según la terminología de la época, y los resultados ya circulaban en diversos ámbitos. Para entonces la tecnología del fraccionamiento del tiempo había avanzado, y los registros habían llegado a fraccionar el tiempo en milésimos de segundo; el autor conocía este avance y lo daba a conocer.
Este ejemplo demuestra que, no sólo las décimas de segundo, sino los resultados y problemas que tenían en los experimentos quienes manejaban fraccionamientos aún mayores empezaban a traspasar el ámbito de la circulación científica y aterrizaban entre los debates que mantenían quienes se vinculaban a diversas regulaciones locales. Para resumir, podemos decir que tenemos indicios de que el conocimiento de los intentos de coordinación temporal de actividades distantes y de fraccionamiento de las unidades de medidas del tiempo ya no correspondían sólo a los expertos. Más bien, las dificultades de sus implementaciones también se habían extendido al ámbito lego y se hacían públicas.
Reflexiones finales
En cuanto al saber experto, la cuestión de la que partimos era cómo estaba ligado el problema de sincronizar las tareas al interior de los observatorios con otros intentos de sincronización de actividades del territorio nacional. También, más específicamente, nos preguntamos qué pasaba con las entonces novedosas tecnologías de fraccionamiento de los segundos. Rastreamos una serie de fuentes que ponían de manifiesto que el sentido del paso del tiempo se estaba problematizando en la percepción de los contemporáneos. Sin duda, el tipo de control del tiempo de los observatorios del momento estaba asociado a formas de organización del trabajo que trascendían las instituciones científicas, y los intentos de controlar el ritmo de los trabajadores no era una exclusividad de los observatorios. No obstante, como observamos, el tipo de fraccionamiento del tiempo que usaban en esos controles era sólo propio de los ámbitos científicos en el siglo XIX. Además, los astrónomos usaban tecnologías telegráficas desde muy temprano para coordinar actividades distantes.
En este capítulo mostramos que a lo largo de un período de cuarenta años cobró relevancia el problema de la sincronicidad de las actividades al interior de los observatorios y en la extensión del territorio nacional. Mostramos que, tanto entre expertos como entre legos, las preocupaciones sobre la medición del tiempo y la coordinación de actividades distantes estuvieron mediadas y generadas por las tecnologías telegráficas y de relojería.
Galison asocia la teoría de Einstein sobre la relatividad –y la concepción del tiempo que allí aparece– con este problema de la época; el intento de resolver con qué tecnologías se podía establecer ese “al mismo tiempo” en lugares distantes (Galison, 2003). Aunque este artículo puede considerarse como una contribución al tema de en qué medida ese intento traspasaba los muros de los laboratorios y era apropiado por el saber popular, aún falta mucho por investigar para entender en qué medida la circulación del tema en variados ámbitos resignificaba los problemas en los círculos científicos de la época.
Bibliografía
*Imagen de portada: Cabildo en 1876. Reloj cuya precisión ponían en duda en 1882 los observadores amateurs del pasaje de Venus. Fuente: Archivo General de la Nación. Archivo Fotográfico Witcomb.
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