Radiografías en la pampa

Fantasías sobre rayos X y radiación en la Argentina de entresiglos

En el presente trabajo, busco reconstruir el impacto y las repercusiones que el descubrimiento de los rayos X por el físico alemán Wilhelm Röntgen, en noviembre de 1895, tuvo en la Argentina, sobre todo en ámbitos no especializados en ciencias. Me interesa concentrarme en los meses y años inmediatos a su divulgación, en el umbral de la recepción de un descubrimiento que, desde sus inicios, fue nombrado e interpretado –tanto por los legos como por una parte de la comunidad científica– con un campo semántico lindante o directamente coincidente con lo fantástico y lo ocultista. En los años de la inicial divulgación del descubrimiento (divulgación llevada a cabo con rapidez por la prensa diaria no especializada de Europa y las Américas), es posible asistir a un fenómeno ciertamente rico desde el punto de vista de la historia cultural: cómo se nombra un fenómeno nuevo que parece descolocar las leyes físicas conocidas; cómo traducen los científicos, frente al gran público, la naturaleza de lo que investigan y de qué manera se cuela allí una terminología compartida con los legos respecto de lo “desconocido”, lo “inexplicable” y lo “posible”; cómo se intenta nombrar esa novedad en la prensa y en otros ámbitos de la cultura exhumando palabras, ideas o imágenes del pasado, o de otras disciplinas y creencias. En síntesis: qué herramientas cognitivas y qué imaginarios despliega una cultura, muy conectada internacionalmente a través de la prensa, para significar ese elemento nuevo que irrumpe inesperadamente y que, con esa indeterminada “X”, potencia los ejercicios conjeturales.

El descubrimiento de Röntgen postuló la existencia de una entidad oculta a los sentidos que concretaba acciones físicas verificables sobre los cuerpos. Su hallazgo se dio en un marco de recepción profusamente poblado, ya, de las “fuerzas ocultas” esgrimidas por los espiritualismos con ambiciones científicas, como el espiritismo, la teosofía y el magnetismo animal, corrientes muy en boga durante el último tercio del siglo XIX en los países occidentales. A ello se suma que Röntgen acompañó su postulación con imágenes del interior de los cuerpos, tan irrefutables como siniestras. No se trataba, entonces, solamente de nuevos conceptos, sino también de una nueva experiencia visual frente a una inesperada “imaginería” científica.

Radiografía de la mano de la esposa de Roentgen.

Con sus primeras radiografías, Röntgen develó el interior de cajas cerradas que contenían brújulas o medallas; logró atravesar con sus rayos un libro de mil páginas y, aún más, mostró el esqueleto de la mano de su propia esposa (con anillo incluido), primera radiografía de una parte del cuerpo humano que dio la vuelta al mundo en pocos meses1.

Al tiempo que la incorporación de fotografías de todo tipo en la prensa gráfica se incrementaba año a año, las radiografías de Röntgen introdujeron imágenes que no existían sino en la imaginación de los lectores. En ellas se combinaron elementos ya relativamente conocidos (la placa fotográfica y el tubo de Crookes) con resultados totalmente novedosos. Es cierto que los rayos X no fueron la única novedad en este sentido: las fotografías y los fotograbados de los preparados bacteriológicos, por ejemplo, también ofrecieron impactantes imágenes que no estaban presentes en ningún lado antes, más que en la conjetura2.

Otro tanto podría decirse de la fotografía aplicada a otras disciplinas, como la antropología, la medicina, incluso pseudociencias como el estudio de los médiums y lo paranormal. Pero lo distintivo del material provisto por Röntgen eran al menos dos rasgos: la invisibilidad de los rayos gracias a los cuales se obtenía la imagen; y la revelación del interior oculto de las cosas y los seres. En ambos rasgos, lo invisible, lo oculto, se des-ocultaba y se manifestaba en el mundo de los vivos con fantasmagórica naturalidad. Esta aura de sobrenaturaleza y los códigos con los cuales se intentó conjurarla, reencauzarla o potenciarla es lo que me interesa rastrear en este trabajo.

Analogías técnico-espirituales

Desde el primer momento en que Röntgen, miembro de la Universidad de Würzburg, en Alemania, publicó su artículo “Sobre una nueva clase de rayos”, la proyección ocultista, espiritualista o maravillosa se hizo presente entre los legos y también entre muchos hombres de ciencia. Entre las causas, acaso la más anecdótica, está el hecho de que uno de los elementos que permitió a Röntgen generar su radiación X fue el tubo de vacío perfeccionado por William Crookes, estudioso, entre otros temas, de los rayos catódicos. Además de ser un reconocido científico, Crookes solía aparecer con frecuencia en los diarios y revistas no especializados (y particularmente también en las revistas espiritistas) debido a su estudio de la mediumnidad. En La Nación se publicó, por ejemplo, en octubre de 1897, un artículo sobre Crookes titulado “Un sabio espiritista. Curiosas afirmaciones. Médiums y espíritus. Los rayos catódicos”, en el que no sólo se reseñaba su actividad estrictamente científica, sino también sus experimentos con la médium Katie Holmes, en base a los cuales el británico no tenía reparos en afirmar el carácter empírico, aún inexplicable, de los fenómenos paranormales. El llamado “tubo de Crookes” era insistentemente citado en los artículos sobre el hallazgo de Röntgen, y esto traía las sombras ocultistas asociadas a su nombre.

Asimismo, con el descubrimiento se produjo una consolidación de cierta idealización moral o humanista de la ciencia, usualmente concebida por el periodismo como un bien de toda la humanidad. Se conoció rápidamente que, a pesar de las sugerencias de varios científicos acerca de dejar de llamar “X” a los rayos y pasar a nombrarlos como “rayos Röntgen”, el científico se negó, así como también desistió de patentar y comercializar su descubrimiento (principalmente el aparato) “para no limitar las investigaciones sobre el tema y su ulterior desarrollo” (Buzzi, 2015, p. 168), a la vez porque pensaba que éste “debería beneficiar a la humanidad sin obstáculos de patentes, licencias, contratos ni monopolios” (Ulloa Guerrero, 1995, p. 152). Baste recordar, además, que, en 1901, Wilhelm Röntgen recibiría el Premio Nobel de Física por este hallazgo al que insistió en llamar “X” no sólo por modestia, sino porque aún no sabía exactamente qué eran esos rayos.

En relación de contigüidad con este problema, me interesa también considerar la divulgación de un descubrimiento íntimamente ligado a los rayos X: la radioactividad, cuyas primeras noticias llegaron desde Francia. Leonardo Moledo y Nicolás Olszevicki encuentran en el descubrimiento de Röntgen “el primer eslabón de una larguísima cadena que modificaría la historia humana” (Moledo & Olszevicki, 2014, p. 625), y al afirmarlo están pensando, en realidad, en el inmediatamente posterior y fortuito descubrimiento de la radioactividad. Pablo Capanna señala que “en los años del pasaje de siglos, los físicos andaban cazando radiaciones, con el mismo fervor con que cien años antes habían perseguido a los gases” (Capanna, 2010, p. 136). Ello era claramente consecuencia del exitoso hallazgo de Röntgen y de otros posteriores, como el de Becquerel. En efecto, el físico francés Antoine Henri Becquerel había sido uno de los asistentes a la sesión en la Academia de Ciencias francesa, celebrada en enero de 1896, en la que Henri Poincaré exhibió las primeras fotografías con rayos X tomadas por Röntgen. Y a raíz de lo visto allí, se preguntó si existirían otras sustancias capaces de producir esos rayos. Tras algunos desencantos, llegó al fortuito descubrimiento de los rayos que en principio llevaron su nombre y que luego, gracias a las investigaciones de sus colegas, Marie Skłodowska-Curie y Pierre Curie, recibirían el nombre de “radioactividad” (Moledo & Olszevicki, 2014, p. 626). En 1903, Becquerel también obtuvo el Premio Nobel de Física, que compartió con el matrimonio Curie. Como era de esperar, estos nuevos “rayos Becquerel” también incentivaron nuevas apropiaciones tanto en la prensa como en los ámbitos de los espiritualismos con ambiciones científicas. Aunque en un grado de desafío mayor para la comprensión de los legos, se produjo aquí también un despliegue de nomenclaturas, especulaciones y atribuciones fantásticas, que tendrán por cierto mayor durabilidad a lo largo de buena parte del siglo XX (Lavine, 2013, pp. 1–89).

Desde la perspectiva de la historia de las ciencias, la irrupción de los rayos X fue, en palabras de Leonardo Moledo y Nicolás Olszevicki, “uno de los grandes motores” que “puso en marcha la maquinaria científica del siglo XX” (Moledo & Olszevicki, 2014, p. 623). Fue, asimismo, el nacimiento del diagnóstico por imágenes en medicina, de mucha utilidad para ciertas intervenciones quirúrgicas. Pero desde la perspectiva de la historia cultural, y atendiendo puntualmente a esa otra dimensión paralela a la historia de las ciencias que es el estudio de la recepción y la divulgación de los descubrimientos entre el público no científico, creo que también implicó una gran innovación en las formas de fantasear sobre los alcances de las ciencias y sobre la existencia de realidades “ocultas”, en un sentido amplio. Por sus características y, sobre todo, por su forma de accionar en otros cuerpos, mostrando lo oculto a los sentidos, fomentaron proyecciones imaginarias tanto hacia el pasado como hacia el futuro: dieron una supuesta justificación física a muchas creencias de los ocultismos modernos basadas en las religiones antiguas y en los variados sincretismos, los milagros, la magia, la hechicería, la mediumnidad; y a la vez, fomentaron expectativas sobre un sinfín de fuerzas ocultas que aún estaban por descubrirse. Expectativas que, por cierto, fueron corroboradas con la identificación exitosa de los rayos alfa, beta, gamma o con el descubrimiento de la radioactividad, pero que también llevaron a fiascos, aun dentro del campo científico, como los apócrifos rayos N, defendidos por Prosper-René Blondlot y Augustin Charpentier durante esos años, o ya en el ámbito de los espiritualismos, la defensa de la existencia del “fluido vital inteligente”, la “energía magnética animal”, el “od”, entre otras figuras intangibles. De alguna manera, la frase que Leopoldo Lugones pone en boca del narrador del cuento “La fuerza Omega”, de su libro Las fuerzas extrañas, parece responder a esas esperanzas que los maravillosos rayos de Röntgen despertaron en la imaginación de época: “Anda por ahí a flor de tierra más de una fuerza tremenda cuyo descubrimiento se aproxima. De esas fuerzas interetéreas que acaban de modificar los más sólidos conceptos de la ciencia […]” (Lugones, 1996, p. 98).

A fin de rastrear estas formas de la recepción del descubrimiento de Röntgen y los descubrimientos aledaños, así como las apropiaciones discursivas e imaginarias que suscitaron, me concentraré en los primeros textos periodísticos que a partir de febrero de 1896 comenzaron a hacerse eco del fenómeno en Argentina. El abanico de textos y soportes de publicación es ciertamente variado y representa, por esta diversidad, un primer dato significativo: entre febrero y fines de ese año, diarios matutinos, revistas de asociaciones médicas y científicas, una revista sobre asuntos rurales e industriales, otra de literatura y artes, y revistas espiritistas publicaron reiteradas y extensas notas sobre el descubrimiento de Röntgen y sobre los primeros ensayos en la Argentina, así como también sobre un amplio espectro de temas relacionados (desde sus potencialidad para la terapéutica o el diagnóstico, hasta sus vínculos con el mundo espiritual).

Asimismo, si bien predominaron los artículos y algunos fragmentos de interviews, también hallamos tempranísimos relatos literarios sobre los rayos X. Tal es el caso del cuento “Verónica”, de Rubén Darío, versión original del posterior y más conocido relato “La extraña muerte de Fray Pedro” (1913), que La Nación da a conocer, bajo el encabezado “Cuentos raros”, el 16 de marzo de 1896, apenas veintiséis días después de que ese mismo diario publicara la primera comunicación sobre rayos X. Sólo dos años después, Leopoldo Lugones comenzaría a publicar en periódicos algunos relatos fantásticos de tópico cientificista, incorporando también a Röntgen como una referencia. Si bien abordaré el análisis de estos y otros relatos en el último apartado, apunto por el momento cuán significativa es la relación de inmediatez de este tipo de narrativa de época con los temas científicos y pseudocientíficos de su contemporaneidad, explicada sólo en parte por el soporte periodístico de publicación. Creo, en efecto, que la especulación fantástica sobre la potencialidad de estos rayos atravesaba diferentes géneros discursivos, como el artículo periodístico, el ensayo escrito por especialistas y, por supuesto, la literatura. Esta transversalidad discursiva de la conjetura fantástica no sólo es testimonio histórico de una forma de recibir y tramitar las novedades científicas. También es un dato importante para la historia literaria, en la medida en que señala que la elección del modo fantástico para tratar temas cientificistas por parte de muchos autores –Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Eduardo Holmberg, Eduardo Wilde, Horacio Quiroga, Ricardo Rojas– respondía, paradójicamente, a una motivación de índole realista: si bien los acontecimientos narrados podían ser sobrenaturales, la perspectiva con la cual se los abordaba tenía correspondencias con otros discursos de época no ficcionales, igualmente predispuestos a experimentar en la vida “real” un sentimiento que es propio de lo fantástico. Esto es, la subversión del mundo tal como lo conocemos y la alteración de las leyes aceptadas por las ciencias debido a la irrupción de un elemento inesperado, otrora inexplicable y hoy verificado empíricamente (Jackson, 1986; Bessière, 1974).

Es, entonces, en diversos ámbitos de la cultura argentina del pasaje de siglos donde es posible rastrear la recepción y la apropiación de este fenómeno, ámbitos propios del periodismo o especializados en otras materias pero que poseían órganos de comunicación gráfica. En todos estos espacios, es posible hallar no sólo formas de apropiación y reinvención del discurso científico, sino sobre todo la creación de nuevas imágenes, fantasías y creencias concebidas a la luz de este nuevo hallazgo. En efecto, existió un mecanismo discursivo común en la forma en que tanto la prensa como los ocultismos y la literatura fantástica hicieron uso de los rayos X para proyectar especulaciones sobre otras entidades ocultas: una forma de razonar basada en la analogía, esa figura tan cara al simbolismo francés y al modernismo latinoamericano, que Charles Baudelaire fijó en su célebre poema “Correspondencias”3. La traslación mecánica de conceptos científicos hacia los terrenos de lo espiritual, lo sobrenatural o lo desconocido, pareció funcionar, en la época, como el pivote sobre el cual se trazaron muchas fantasías pseudocientíficas, y el caso de los rayos X no fue una excepción. El ejercicio proyectivo común a estos discursos podría resumirse en la siguiente conjetura: si Röntgen descubrió por azar rayos de comportamiento tan asombroso, ¿por qué no esperar que lo que siempre se consideró magia, ilusión o creencia develara finalmente su verdad material y científica? Esta pregunta articuló el enfoque de muchas notas periodísticas, que buscaban transmitir asombro entre los lectores no especializados; constituyó, también, una devota esperanza en los ocultismos; finalmente, fue el disparador de algunas fantasías de la literatura4.

La “luz negra” de Röntgen en la prensa porteña

Si bien existe un incipiente corpus de artículos académicos sobre la llegada de los rayos X a la Argentina, sobre los primeros ensayos y los primeros aparatos instalados en laboratorios de física médica, y sobre los primeros usos de radiografías para el diagnóstico, entre otros ejes vinculados a la historia de las ciencias y de la medicina (Ferrari, 1993, 1999; Buzzi, 2015; Cornejo & Santilli, 2012; Prego, 1998), así como existen también algunas fuentes históricas escritas por los protagonistas de las experiencias decanas (véase Costa, 1898; Bahía, 1905 y Ricaldoni, 1896, citados en Ferrari,1999), no existen trabajos que analicen la repercusión de este descubrimiento en el ámbito de los legos ni las formas de recepción y proyección imaginaria del variopinto espectro de rayos.

En este sentido, cabe destacar el notable trabajo de investigación de Matthew Lavine, The First Atomic Age. Scientists, Radiations and the American Public, 1895– 1945 (Lavine, 2013), especialmente el capítulo dedicado a la “inicial explosión de interés” por los rayos X y luego por la radioactividad en la prensa norteamericana, así como por los usos que emprendedores independientes les dieron a esos rayos para curaciones de todo tipo. Con este libro, se verifica que el fenómeno se dio en numerosos países (Lavine dialoga, también, con fuentes europeas) y que en todo caso es pertinente preguntarse qué formas distintivas –si las hubiere– presentó este evento en la Argentina.

Lavine detecta que “[t]he first brief hint at x-rays’ unique properties therefore reached the general public before it reached specialized audiences: the [The New York] Sun carried news of x-rays two days before any technical journal did5” (Lavine, 2013, p. 11). Esta anticipación por pocos días también se verifica en Argentina con los casos de La Nación, cuya primera comunicación sobre Röntgen data del 12 de febrero de 1896 (“Fotografía de lo invisible. Un gran invento”, 1896), y de La Semana Médica, que publica su primer informe el 20 de febrero, como se verá más adelante (“Variedades”, 1896). Es curioso notar, asimismo, que el título de esa primera comunicación neoyorquina, del 6 de enero de 1896, fue “A Photographic Discovery Which Seems Almost Uncanny”, lo que señala dos elementos reiterativos en la presentación inicial del fenómeno: su ligazón con la técnica fotográfica antes que con un fenómeno puramente físico; y su vínculo –al igual que la fotografía en sus inicios– con lo siniestro, en la medida en que revela aquello que está oculto y atemoriza, porque vive junto a nosotros (Lavine, 2013, p. 11). Si la fotografía cargaba con el aura mágica de la “fotogenia”, esto es, la sensación de que algo de la vida o del alma ha pasado al retrato (véase Morin, 2011), las radiografías parecían capturar la siniestra materialidad que nos constituye interiormente en forma de esqueletos vivientes, de autómatas negros hechos de huesos6.

Hay ciertas reminiscencias góticas en el modo en que la prensa dio cuenta inicialmente de los rayos de Röntgen. En efecto, en otras de las primeras comunicaciones norteamericanas aparecidas en The Critic: A Weekly Review of Literature and the Arts, que reseñaba las noticias que llegaban de Londres, Lavine detecta la emparentación de los rayos X con otras manifestaciones de lo oculto que también circulaban por la prensa y que, a juzgar por el tono jocoso del periodista, tenía hastiados a unos cuantos: “It is also said that this new light can penetrate human flesh. Mind-reading was bad enough, but here comes an instrument that can read the innermost secrets of the heart. […] The possibilities of this new invention are terrible (Lavine, 2013, p. 27)7”. En una línea similar, aunque con tono diferente (camuflado torpemente de retórica modernista), Miguel Ferreyra, el médico argentino pionero en el manejo de rayos X para el diagnóstico y la terapéutica, escribía en La Quincena. Revista de Letras: “Un rayo de luz desconocido hasta hoy, e ignorado por nuestros órganos en su imperfección original, viene ahora con sus destellos misteriosos a iluminar lo oculto haciendo penetrar la mirada en la cripta insondable a nuestra luz y gracias a él, podremos en adelante ver en la tiniebla que mantiene la opacidad” (Ferreyra, 1896–1897, p. 103).

“Fotografía de lo invisible. Un gran invento (Con motivo de una reciente noticia telegráfica)”, La Nación, 12 de febrero de 1896, p. 3.

La primera nota que publica La Nación el 12 de febrero se titula “Fotografía de lo invisible. Un gran invento” (1896). El título traza por sí solo el salto hacia lo fantástico; claramente no se trataba de la fotografía de cosas invisibles, sino de aquello que la piel, las cajas de madera o las ropas, tapaban. Alternativamente, también hubiera podido hablarse de fotografía gracias a rayos no lumínicos e invisibles. Pero el sutil desplazamiento de la idea de lo invisible en el título resulta, por cierto, mucho más atractiva e invita a la asociación con lo sobrenatural o lo ocultista. En ese sentido, la apelación a la “luz negra” de Röntgen seguía igual dirección. La nota, que incluye dos veces el adjetivo “maravilloso”, concluía con una proyección no menos deudora de lo sobrenatural:

La gran significación del descubrimiento […] consiste en que, si así puede decirse, hemos adquirido un ojo más. ¿Quién puede decir a cuántos espectáculos no permitirá asistir esa nueva mirada, al fijar sus visiones, cuántos misterios del laboratorio íntimo de la naturaleza podrá revelar, cuán claros y sencillos hará para todo el mundo los fenómenos cuya comprensión está hoy reservada a muy pocos, y tras de investigaciones largas y difíciles? (“Fotografía de lo invisible. Un gran invento”, 1896)

“La fotografía a través de los cuerpos opacos”, La Nación, 15 de febrero de 1896, p. 5.

La segunda nota, del 15 de febrero, reproducía con un grabado la radiografía de la mano de la esposa de Röntgen, e incluía elementos ausentes en la radiografía original, pero presentes en la especulación del redactor: los tejidos musculares. El texto auguraba “no creemos que la utilización del procedimiento se limite a permitir la exploración de los huesos: fácil será, a los que perfeccionen sus aplicaciones, disminuir el poder de esos rayos de tal modo que los tejidos blandos, músculos, arterias, venas, membranas, etc. queden fijados en la fotografía lo mismo que el sistema óseo” (“La fotografía a través de los cuerpos opacos”, 1896).

“El profesor Röntgen, inventor de la fotografía a través de los cuerpos opacos”, La Nación, 17 de febrero de 1896, p. 3.

Al igual que el artículo siguiente, del 17 de febrero, se celebraba la utilidad que las radiografías tendrían para la medicina. Este último se ocupaba también de explicar detalladamente a los lectores no iniciados cómo se obtenían estos nuevos rayos (“El profesor Röntgen, inventor de la fotografía a través de los cuerpos opacos”, 1896).

Otro temprano artículo apareció sin título ni firma en La Semana Médica, el 20 de febrero, y llama la atención por su tono patético y lastimero. Porque luego de apelar a la fórmula de lo sobrenatural convertido en natural (“los cuerpos opacos ya no existen: todo se ha vuelto transparente; todo menos el velo que oculta el secreto del maravilloso descubrimiento de Roetgen [sic]”, ver “Variedades”, 1896, p. 119), el redactor pasa a lamentarse por la futura desaparición de los médicos a causa de la máquina de rayos X. Debido a que “todos los procedimientos semiológicos usados hasta ahora pasarán a ser meros coadyuvantes de la semeiolagia [sic] de Roergen [sic]”, sucederá que:

la solemne supremacía científica del médico, único sabedor de lo que pasa en las entrañas de su prójimo enfermo, único capaz de descifrar las sentencias del destino inexorables: todo esto declinará en potencia, en valor, en importancia; y perderá para muchos la medicina, su cierto dejo de ciencia misteriosa y cabalística que hace de sus adeptos entes capaces de leer en el libro de la vida futura, y de ver claro en el tenebroso laberinto de la patología. (“Variedades”, 1896, p. 119)

No obstante, en ese mismo número, también se informa sobre una sesión en la Sociedad de Medicina de Berlín en la que se analizaban diversas patologías (problemas articulares, cálculos biliares y vesicales) a través de radiografías, señal del temprano interés en esta técnica por los médicos europeos. Es curiosa la convivencia de ambas comunicaciones, dado que, si en la primera se fabula con la futura prescindencia de los médicos, en la segunda se informa cómo en Alemania ya se avanzaba en los diagnósticos por rayos en un lenguaje claramente experto. Esta alternancia de enfoques y temas definirá la forma en que esta revista se ocupó de los rayos de Röntgen.

En números sucesivos de ese mismo año, La Semana Médica volvió una y otra vez sobre los rayos X, así como en años subsiguientes (he consultado hasta el año 1900), en los que se ocupó tanto de las novedades internacionales como de las actividades en el país. Si bien no reseñó las primeras experiencias de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, sí dedicó un artículo a los ensayos de Luis Haperath en la Universidad de Córdoba (“Roentgen y Haperath”, 1896), otros a la conferencia y demostración pública de rayos X que el físico Federico Haft dio en el Ateneo de Buenos Aires (“Semana Médica. Los rayos de Roentgen”, 1896), otros al análisis de casos clínicos por rayos X, a las primeras consecuencias negativas de la sobreexposición de la piel a los rayos, entre otros ejes, este último tema también tratado por los Anales del Círculo Médico Argentino en 1898 (“Los accidentes debidos al empleo de los rayos de Röntgen”, 1898). Entre este conjunto de intervenciones, quisiera resaltar algunos aspectos vinculados a la proyección de fantasías sobrenaturales.

En primer lugar, en la reseña de la conferencia de Haft, se atribuye al físico la conclusión de que “las visiones y otros fenómenos experimentados por personas en estado de catalepsia, de sonambulismo o de cualquiera hiperexcitación nerviosa podrían explicarse por los rayos catódicos latentes en ciertos organismos particulares” (“Semana Médica. Los rayos de Roentgen”, 1896, p. 337). En otro artículo, titulado “Rayos de Roentgen. Rarísimo ensayo de los rayos X”, se asegura que, en el Colegio de Médicos y Cirujanos de Medellín, se está experimentando con la posibilidad de recibir “imágenes mentales” por “acción de los rayos X”, esto es, que una imagen se fije en el cerebro “sin la fatiga y susceptibilidad de error que son inherentes a los métodos ordinarios de aprendizaje” (“Rayos de Roentgen. Rarísimo ensayo de los rayos X”, 1897). Se informa que ya se había experimentado con un perro y un conejo, a los que se les inculcó la imagen de un hueso y de un rabioso predador respectivamente; las inmediatas reacciones de los animales al despertar daban cuenta de la recepción de las imágenes. En ambas conjeturas se ligan los rayos X a ciertos estados de conciencia: sonambulismo, sugestión, cuasi-telepatía de imágenes. Hay en ellas, indudablemente, una traslación mecánica, por analogía, del tipo de impresión que hacían los rayos sobre la placa hacia lo que eventualmente harían en otras “superficies” –por llamarlas de algún modo– como la mente en el primer caso, o el estado de sonambulismo en el segundo. Téngase en cuenta que este tipo de afirmaciones se realizaban en el marco de publicaciones médicas, no espiritistas u ocultistas, si bien, como veremos, abundaban los puntos en común en relación con estas fabulaciones.

En comunicaciones posteriores de los Anales de la Sociedad Científica Argentina y de La Quincena. Revista de Letras, además de completísimas exposiciones técnicas, destinadas sin dudas a quienes quisieran reproducir el experimento de Röntgen, se refería el caso del “criptóscopo”, inventado por el “sabio italiano” Salvioni: un aparato que permitía observar directamente los objetos con visión de rayos X, prescindiendo totalmente de la intermediación de la placa (“Miscelánea – Los rayos X o de Roentgen – Fotografía de lo invisible”, 1896). En La Quincena, el ya mencionado Miguel Ferreyra también habla del invento de Salvioni y lo llama “radioscopia o sea visión directa” de rayos X, una especie de “anteojo humano” (Ferreira, 1896–1897, p. 505). Nuevamente, el ensueño de prescindir de la máquina y de adquirir ese “tercer ojo” del que hablaba metafóricamente la primera nota de La Nación se presenta como fantasía concretada, aceptada como posible por miembros de la Sociedad Científica Argentina o por médicos en ejercicio.

“Experimentos hechos con los rayos X de Roentgen”, La Agricultura. Revista Semanal Ilustrada, año IV, n° 168, 19 de marzo de 1896, p. 217.

Ahora bien, en relación con la cobertura periodística de los primeros experimentos en Buenos Aires, encontramos al menos tres reseñas inmediatas: dos artículos de La Nación del 13 y el 14 de marzo; un artículo de La Agricultura. Revista Semanal Ilustrada del 19 de marzo; y otro artículo de los Anales de la Sociedad Científica Argentina, del tomo 41 de 1896. En todas, se da cuenta, con menores discrepancias, de los experimentos exitosos del 10 de marzo, tras varios intentos fallidos, en el Gabinete de Física de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Se habla de la exhibición pública realizada en la Universidad, el 12 de marzo, ante una “distinguida sociedad” (“Experimentos hechos con los rayos X de Roentgen”, 1896), entre quienes se encontraba el ministro de Instrucción Pública, Antonio Bermejo; y también, de los protagonistas de los asombrosos ensayos: Martín Widmer, un antropómetro del Hospicio de las Mercedes; E. Levi (o Levy), fotógrafo del Departamento Nacional de Higiene; y los ingenieros Eduardo Aguirre y Manuel Bahía, cercanos a la Sociedad Científica Argentina. La Agricultura menciona también a los “Sres. Wittcomb (sic), Woolfe y Bright” como otros experimentadores que estaban trabajando en paralelo, mientras que los Anales incluyen a Witcomb en la escena de la Facultad. Como sea, cabe notar aquí la confluencia de médicos, ingenieros y fotógrafos para la concreción de este primer ensayo, conjunción que también define las aristas de la recepción del descubrimiento. Se trataba de sujetos con formación técnica, pero que experimentaban de manera aficionada dentro del terreno de la física, aunque tal como consigna La Nación, el día 13 se decide interrumpir los experimentos para reservar el último tubo de Crookes que quedaba para fines médicos.

“La luz de Rontgen. Experiencias interesantes en la Facultad de Matemáticas”, La Nación, 13 de marzo de 1896, p. 5.

La figura estelar de esa primera demostración pública fue la radiografía de un pejerrey, tan nítida y perfecta como la que recibiera Widmer desde Hamburgo, que le fue obsequiada al ministro Bermejo. La Nación acompañó su artículo con un grabado de esa radiografía, y aseguraba que “tendrá el público más acabada idea cuando mañana vea expuestas en todas las vidrieras las espléndidas fotografías obtenidas anoche por el Sr. Widmer, fotografías que en nada desmerecen a las otras, llegadas de Europa, y que llaman justamente la atención como la última y quizás la más grande de las novedades científicas que han asombrado a la humanidad” (“La luz de Rontgen. Experiencias interesantes en la Facultad de Matemáticas”, 1896). La Agricultura, por su parte, decidió reproducir con fidelidad un croquis del aparato de rayos X (1896, p. 217).

Finalmente, cabe mencionar un curioso artículo publicado en dos entregas en La Semana Médica a mediados de 1896, firmado por un médico de Madrid, el Dr. Letamendi. Con el título “Juicio teórico práctico de la sediciente fotografía a través de los cuerpos opacos”, el autor, a todas luces católico, despotricaba abiertamente contra la terminología ocultista y fantasiosa con la que médicos, físicos y periodistas nombran los rayos de Röntgen:

Con todo el estrépito propio de nuestro petulante siglo, tanto más trompetero cuanto más viejo, se nos anuncia, en poco meditados términos, la invención de un procedimiento que, entendido a la letra, ha sacado ya de sus casillas a los papanatas y trúhanes, propagadores del espiritismo, del telepatismo, del ocultismo y demás artes combinadas de picardía y chifladura, pues creen ellos, según en públicos escritos traspirenaicos que han dado a entender, que la nueva fotografía a través de los cuerpos opacos (que yo llamo para mi uso arte de ejecutar sombras chinescas sin candil) refuerza, confirma y demuestra la verdad de la moderna magia […]. (Letamendi, 1896, p. 282)

Enojado tanto con la apropiación que estos espiritualismos no católicos hacían del descubrimiento, como con las metáforas del periodismo y de los propios científicos entusiastas, Letamendi reducía los rayos de Röntgen a una manifestación más de los fenómenos del éter y les negaba posible utilidad para el diagnóstico. Con todo, lo que verdaderamente parece velar detrás de su enojo es su incapacidad para comulgar (valga la metáfora) con esa sensibilidad laica propensa a las maravillas de las ciencias, tan característica de esos años.

En sus dos pioneros artículos sobre los primeros experimentos con rayos X en la Argentina, Roberto Ferrari se lamenta de que fueran periódicos y revistas no especializadas los que muy rápidamente divulgaron el acontecimiento, antes que las propias revistas científicas locales, a excepción de los Anales de la Sociedad Científica Argentina (Ferrari, 1999, p. 79). Con todo, por lo visto hasta aquí y en función de lo que sigue, podemos señalar que Ferrari omite algunas fuentes propiamente científicas, como los Anales del Círculo Médico y La Semana Médica, así como descarta otras, quizás por considerarlas lejos de lo científico, como la revista espiritista Constancia y La Quincena. Revista de Letras. Lo cierto es que el abanico de publicaciones no fue tan escaso, más bien compuso un variado mosaico, índice de un amplio espectro de recepción que trascendió lo puramente científico.

Un festín de rayos en Caras y Caretas

El primer número de la Caras y Caretas porteña, sucesora del inicial y breve proyecto uruguayo, sale en agosto de 1898, esto es, dos años y medio después de las primeras noticias sobre Röntgen. Ya desde sus primeras apariciones, por ejemplo, el 29 de abril de 1899, los rayos X constituían un elemento conocido por los lectores y habían sido incorporados al habla cotidiana, aunque no por ello habían perdido su efecto perturbador y asombroso. Así, la nota humorística “Lo que somos” comenzaba afirmando: “Un sabio alemán ha descubierto que en la composición del hombre entran las claras y yemas de mil doscientos huevos de gallina”, razón por la cual nos ha reducido como especie a “una huevería ambulante”. La ilustración del encabezado muestra a un científico radiando a un hombre, y detrás de él la imagen de su esqueleto, lleno de huevos en el vientre (Vega de la Iglesia, 1899).

F. Vega de la Iglesia, “Lo que somos”, Caras y Caretas, año II, n° 30, 29 de abril de 1899.

En muchos textos de las secciones fijas, como “Sinfonía”, “Menudencias”, “Apuntes y recortes”, generalmente escritas por los responsables del semanario (Eustaquio Pellicer, Fray Mocho), aparecen frases humorísticas al pasar que denotan la existencia de códigos de humor comunes entre lectores y redactores en torno de los rayos. “¿Para qué no se hace usted ver el cráneo con los rayos X?», reza un telegrama humorístico de “Menudencias” (“Menudencias”, 1900); “Sería cuestión de examinarle por dentro con los rayos X” dice Pellicer en “Sinfonía” a propósito de Campos Salles, el presidente de Brasil que visita la Argentina ese año (Pellicer, 1900). “Ya te estarás convenciendo de que los hombres son animales incomprensibles. ¿No ves como hoy, en el siglo de las equis, es decir, de los rayos Röntgen, que lo descubren todo, hay todavía quienes hacen voto de castidad y de pobreza?”, comenta un personaje de “Sinfonía” años más tarde (Brocha Gorda, 1903). Es decir, la mención de los rayos X en situaciones de enunciación variadas, recreadas en estas secciones, era ya moneda corriente a pocos años del descubrimiento.

La sátira política también encontró en los rayos X una productiva herramienta. Son numerosas las portadas o páginas internas del semanario que muestran, por ejemplo, los esqueletos del presidente Julio A. Roca y sus ministros “desnudados” por dentro por los rayos de Röntgen (por ejemplo, “A través de Rayos X”, 1904).

“A través de Rayos X”, Caras y Caretas, año VII, nº 277, 23 de enero de 1904.

Incluso en artículos no enteramente humorísticos, como “Roca y Magnasco ante la luz de Roentgen”, de Figarillo (Jorge Mitre) (1899), en el que se narra la visita del presidente y su Ministro de Instrucción Pública al “laboratorio eléctrico” de Manuel Ferreyra, se apela a los chascarrillos radiográficos. Por ejemplo, cuando se relata que el “doctor Ferreyra obtuvo la [radiografía] del tórax del señor Presidente”, se acota que “se pone de manifiesto que el general tiene corazón —aunque no se sabe si duro o blando.”

Otras notas usuales eran las de curiosidades, en las que la imagen se llevaba todo el impacto: “Perro que se tragó un anillo” (1901) o “De todo el mundo. Culebra vista con rayos X” (1902) son ejemplos de ese tipo de comunicaciones, que ofrecían las reproducciones dibujadas de las radiografías.

Pero sin dudas, las notas más interesantes a los fines de este trabajo son aquellas que postulaban la existencia de nuevos rayos, con propiedades mucho más asombrosas que los de Röntgen, vinculados por lo general con el cuerpo humano. Estos rayos concretaban una fantasía mecanicista, incluso humanista a su modo: que la actividad de pensar, de sentir y de soñar pudiera traducirse en algún tipo de radiación mensurable y maleable. Así, se trazaba una analogía entre un elemento de la física y acciones humanas vinculadas al mundo abstracto y/o espiritual.

En “La fotografía de la ‘luz negra’”, se reseñaban los recientes experimentos del sociólogo y físico aficionado Gustave Le Bon, quien aseguraba haber descubierto un nuevo tipo de radiación. El redactor arengaba:

Fotógrafos aficionados: vosotros que pasáis vuestra existencia en busca del sol para impresionar vuestras placas, sabed que éstas se dejan dominar igualmente por la influencia de rayos enteramente obscuros, y que la mayor parte de esos rayos llegan hasta atravesar cuerpos opacos para ir a impresionar los clisés, ni más ni menos que como los rayos X. Por último, esos rayos obscuros que atraviesan los cuerpos opacos pululan en nuestro derredor, y para hacer que nos sirvan sólo se necesita… ¡una lámpara de petróleo! (“La fotografía de la ‘luz negra’”, 1900)

«La fotografía de la `luz negra´”, Caras y Caretas, año III, n° 115, 15 de diciembre de 1900.

En igual dirección, plegándose a la hipótesis de que hay fuerzas y rayos a nuestro alrededor aún desconocidos, en “La fotografía a través del cuerpo humano” (1901) se postulaba un revolucionario uso de los rayos actínicos (rayos solares) por parte de un científico norteamericano, quien gracias a una máquina de su invención lograba obtener imágenes del interior de cuerpos opacos.

“La fotografía a través del cuerpo humano”, Caras y Caretas, año IV, n° 118, 5 de enero de 1901.

Estas notas fabulosas convivían con las cada vez más sensatas o realistas sobre rayos X, en las que se informaba, por ejemplo, sobre el perfeccionamiento de la máquina para detectar pequeñas piedras en el riñón (“Últimos inventos”, 1903), el descarte del uso de rayos X para curar el cáncer (“Lucha contra el cáncer”, 1912) o la utilidad de las radiografías para extraer balas del cuerpo (“Los rayos Roentgen y las balas”, 1917).

“Los rayos Roentgen y las balas”, Caras y Caretas, año XX, n° 954, 13 de enero de 1917.

Fantasías contiguas: la radioactividad como fuerza vital

“El radium. Nuevo cuerpo de prodigiosas cualidades”, Caras y Caretas, año VII, n° 275, 9 de enero de 1904.

Tras el impulso inicial de ensoñación y fantasía, con los años los rayos X fueron encontrando formas de enunciación algo más razonables, mientras que otros rayos, como los “Becquerel” o los apócrifos N, cargaron a su tiempo con la magia. En efecto, tras el otorgamiento del Premio Nobel al matrimonio Curie y a Becquerel, a fines de 1903, Caras y Caretas comenzó a publicar frecuentes artículos sobre las cualidades del radio y, en menor medida, sobre las actividades de Marie y Pierre Curie, figuras muy admiradas por el periodismo local. En “El radium. Nuevo cuerpo de prodigiosas cualidades” (1904) se enumeran sus características sorprendentes: “El radium emite luz, calor y fuerza continuamente sin sufrir ningún cambio perceptible; levanta una ampolla en la piel aun estando metido en una caja de metal y tiene un enorme valor, pues una libra costaría 3.5000.000 oro.”

Esto es: el fabuloso radio posee una energía casi eterna, es capaz de dañarnos y cuesta una fortuna, todos rasgos, por decirlo de alguna manera, hiperbólicos. Por su parte, en “Un premio a los descubridores del radium” se ahondaba:

Los sabios continúan estudiando las extrañas propiedades del radium, del cual ha dicho Sir William Crookes: “no hay en los tiempos modernos ciertamente descubrimiento cuyas consecuencias se extiendan tan lejos”. La radioactividad se manifiesta por una energía misteriosa que parece contradecir los grandes principios que son la base de la ciencia contemporánea. Los rayos que emanan del radium gozan de propiedades análogas a las de los rayos X, pero mientras estos se desarrollan en el medio (gaseoso de la ampolla de Crookes por la acción exterior de una corriente eléctrica) las menores partículas de radium constituyen un foco de energía siempre activo sin que nada exterior lo alimente. Con razón se ha podido decir del radium que “vive” pues sus propiedades destruyen las ideas corrientes sobre la inercia de la materia. (“Un premio a los descubridores del radium”, 1904)

“Un premio a los descubridores del radium”, Caras y Caretas, año VII, n° 276, 16 de enero de 1904.

Esta última observación es clave para comprender la dirección que tomaron las fantasías sobre la radioactividad. Si los rayos X se vinculaban con des-ocultar lo invisible, en sintonía con un imaginario fantasmagórico, la radioactividad (algo más compleja de comprender) se asociaba a un potente vitalismo, a una energía eternamente activa, y por esa vía se la ligó con la “generación espontánea” de la vida. Originalmente, fue el inglés John Burke quien afirmó que había logrado generar vida radiando un preparado esterilizado; y a pesar de que sus ideas fueron refutadas por William Ramsay, su teoría pervivió un buen tiempo en la prensa y en el imaginario de los lectores (Lavine, 2013, p. 38; “¿Es posible la generación espontánea?”, 1905).

En 1904, Caras y Caretas informaba, en sintonía con esa especulación, que “M. Bohn ha demostrado por otra parte, que el radio puede modificar varias formas inferiores de la vida hasta llegar a producir monstruos. Cree dicho señor que en el porvenir se podrán obtener por este medio nuevas especies de mariposas, de otros insectos y quizás de peces y aves” (“Las extraordinarias propiedades del radio”, 1904).

“Las extraordinarias propiedades del radio”, Caras y Caretas, año VII, n° 280, 13 de febrero de 1904.

A su vez, Ramsay fue quien demostró, en base al concepto de trasmutación postulado por los norteamericanos Ernest Rutherford y Frederick Soddy, que el radio podía trasmutar en otras sustancias. Y esta idea de la “transmutación” sonaba en la época aún más mística que la de generación espontánea, sostenida muchos años antes por Ernst Haeckel. En efecto, Caras y Caretas reseñó la trasmutación del radium en helio defendida por Ramsay, llamándola “el sueño de los antiguos alquimistas” (“El radium. Nuevo cuerpo de prodigiosas cualidades”, 1904). Y ese era, casualmente, el miedo de Rutherford y Soddy al usar el término “transmutación” para su teoría; según Lavine: “If Rutherford really felt any apprehension, it was that his scientific colleagues would look askance at such an extraordinary claim. The public, however, uncharacteristically attentive to these developments as they were reported in newspapers, was thrilled by the possibility of such ‘alchemy’(Lavine, 2013, p. 13)8. De modo que, nuevamente, se ve que en los albores de un descubrimiento, viejos conceptos místicos, vitalistas y espiritualistas se descongelaron al calor de la novedad científica.

Ya hacia comienzos de la década de 1910, las notas sobre el radio van ajustándose cada vez más a una dimensión realista, aunque sin perder el tono de asombro frente a su poderío. En notas como “El radio, fuente de energía” (1911) y “Cómo se emplea el radio y cómo se maneja” (1912) se abandonan las especulaciones sobre sus vínculos con la vida o la energía vital, o con supuestos poderes curativos, y se hace foco en sus características distintivas, aún no del todo claras, al parecer, para muchos. De todas maneras, la convivencia de notas sobrias con notas especulativas y espiritualizantes sigue corroborándose por varios años.

Donde sí pervive por mucho más tiempo la atribución fantasiosa de cualidades curativas y omnipotentes tanto a los rayos X como a la radioactividad es en el discurso de la publicidad. Desde los primeros números de Caras y Caretas, es posible rastrear los avisos a través de los cuales diferentes médicos ofrecen sus servicios, que incluyen el uso de rayos X.

Mientras Ferreyra y Llobet presentan a los rayos X  preferentemente como técnica de diagnóstico (y sólo a veces, también, como tratamiento para la “destrucción radical del vello de la cara”) (Dr. Ferreyra, 1900),  los doctores Pedret, Gutiérrez y Dougall atribuyen a los rayos mágica y omnívora terapéutica:

Dr. V. P. Pedret. ¡RAYOS X y ultravioletas! ¡CURACIÓN EN CASA! De las enfermedades de la piel, eczemas, granos, sarpullidos, úlceras, lupus, etc., enfermedades de los nervios, enfermedades del pecho, tisis, tuberculosis, asma, etc. por medio de los apósitos, fajas y plastrones radiantes. Pídanse folletos: «RAYOS X», se envían gratis. Aplicación de los rayos en el consultorio por medio del aparato Roentgen. Curación de toda clase de enfermedades sin operaciones por los procedimientos más modernos. Consultas: de 9 a 13 y de 2 a 4 p. m. (Para pobres, gratis, de 4 a 5 p. m.). (Dr. Pedret, 1904)

En relación con la radioactividad, encontramos similares mistificaciones aplicadas a las “aguas radioactivas”, como “Aguas Palau” o “Aguas Lerez” (Agua Palau, 1907; Aguas Lerez, 1908).

Los rayos N

Esta carrera de descubrimientos de rayos asombrosos tuvo un momento ciertamente intenso, sobre todo en la prensa no especializada, con la irrupción de los rayos N, cuyo nombre llevaba la inicial de la Universidad de Nancy, en Francia, a la que pertenecía su “descubridor”, el físico Prosper-René Blondlot. Estos rayos, en realidad, nunca existieron, a pesar de que durante un lapso breve de años parte de la comunidad científica los creyó reales. Según reconstruye Pablo Capanna, Blondlot, convencido de ser un nuevo Röntgen, dedicó a sus rayos N “veintiséis artículos y un libro, sin contar los 38 informes que firmó su principal colaborador”. Pero no estuvo solo; entre 1903 y 1906, “[h]ubo ciento veinte investigadores que aseguraban haber corroborado sus resultados. Se publicaron más de trescientos artículos y tesis doctorales sobre los rayos N” (Capanna, 2010, p. 137).

Si bien Blondlot era miembro de la Academia de Ciencias francesa y había recibido premios por trabajos sobre electromagnetismo, su affaire con los rayos N lo desprestigió, sobre todo porque las propiedades que se atribuían a estos rayos presentaban notables similitudes con los fluidos de los ocultistas y de los magnetizadores. Quien más hizo para que esta relación se estrechara todavía en mayor medida fue Augustin Charpentier, también profesor de la Universidad de Nancy. En efecto, al ocuparse de los rayos N, tanto Caras y Caretas como las revistas espiritualistas Constancia y Philadelphia divulgaron mayormente artículos sobre este médico, quien afirmaba detectar la supuesta emisión de rayos N por el propio cuerpo humano.

En Caras y Caretas, se afirmaba: “El profesor Charpentier ha realizado interesantes experimentos acerca de la actividad de los rayos N sobre el cerebro, descubriendo que los centros de éste que dirigen todos nuestros movimientos se manifiestan claramente emitiendo rayos N cuando están en actividad” (“Rayos que emite el cuerpo humano”, 1901).  Y en base a esto, se esbozaban hipótesis sobre la naturaleza de estos rayos: “¿Quién sabe si esto llegará a explicar las reacciones extrañas de unas personas sobre otras, todas esas influencias telepáticas hoy tan discutidas?” (“Los Nuevos Rayos N”, 1904).

La creencia en los rayos N llevó rápidamente a la búsqueda de verificación de la “fotografía del pensamiento”. Así, en diferentes notas, se reproducía, por ejemplo, el testimonio de un experimentador: “me puse a pensar enérgicamente en un objeto mirando a la placa y la forma mental apareció grabada. Esto es lo que he llamado fotografías del pensamiento” (“Fotografía del pensamiento”, 1904) o se enumeraban casos en los que se había podido verificar la emanación de rayos N y N1 de diferentes objetos y seres (“La última maravilla científica. Los rayos N y N1”, 1907; “Efectos del cloroformo”, 1908). Aun en el Suplemento Ilustrado de La Nación es posible encontrar una extensa nota en la cual el ingeniero Samuel Goldelhorn defendía la existencia de los rayos N, aun cuando admitía que quedaban aspectos por demostrar (“Irradiación del cuerpo humano”, 1904). La rápida proliferación de estos rayos “humanos” se verifica también en textos humorísticos, como el poema “El rayo N”, de Carlos Bosque e ilustrado por Villalobos, en el que mezclando los rayos Röntgen, los N y alguna otra radiación se cifraba un chascarrillo sexual (Bosque, 1904).

C. Bosque, “El rayo N”, Caras y Caretas, año VII, n° 292, 7 de mayo de 1904. Ilustración de Villalobos.

Para concluir este apartado, resta señalar que el hecho de que los hallazgos de Röntgen y Becquerel arribaran a buen puerto, mientras que el de Blondlot y de sus crédulos adherentes acabara en el ridículo, es una distinción pertinente para la historia de las ciencias, pero no enteramente para quienes buscamos rastrear el impacto de los descubrimientos entre los legos, así como la especulación que posibilitó el umbral de los comienzos, el impacto de una novedad. Además, tanto las propiedades de los rayos, mágicas a los ojos del profano, como la propia convivencia de rayos falsos y verdaderos, de éxitos y fraudes dentro del campo científico, constituyeron un escenario inestable pero propicio para que las esperanzas ocultistas encontraran, si bien no una realización plena, al menos sí un renovado marco de posibilidad.

La esperanza ocultista

Desde la perspectiva de quienes creían en realidades ocultas, como los espiritistas, los teósofos y los magnetológicos, esta carrera de proliferación de rayos sirvió no solo para reforzar esas creencias, sino, sobre todo, para enunciarlas de formas renovadas, formas provistas por la ciencia misma. La idea de que la ciencia estaba corriendo los velos de lo oculto era usada, indefectiblemente, como base para una argumentación medular: sostener que si la ciencia estaba encontrando elementos, rayos o vida microscópica donde antes los sentidos humanos no percibían nada, era lícito esperar que dentro de esas nuevas realidades se incluyeran tarde o temprano la naturaleza del espíritu, la sustancia del pensamiento, la fuerza o fluido vital originario, entre otras variantes.

Tanto en la revista espiritista Constancia (publicada desde 1877 hasta bien avanzado el siglo XX), como las teosóficas Philadelphia (1898–1902) y La Verdad (1905–1911), así como también en la Revista Magnetológica (surgida en 1897 y publicada con interrupciones por más de una década), estas traslaciones se trazaron a propósito de la licuación de gases, del estudio de los microorganismos, de las investigaciones astronómicas, del telégrafo, del teléfono, de la electricidad y la energía magnética, y por supuesto, de los rayos X, la radioactividad y sus efímeros entenados, los rayos N (Quereilhac, 2016).

En esa línea, la revista Constancia dio a conocer artículos e informes que exponían los supuestos vínculos que existían entre el hallazgo de Röntgen y algunas entidades de lo oculto sobre las que otros experimentadores venían investigando. Convencidos de que, como afirmaba un redactor de Il Corriere della sera en una nota traducida para Constancia, “hemos adquirido, por así decirlo, un tercer órgano visual” (Bosio, 1896, p. 101), los espiritistas capitalizaban este nuevo evento como si se tratara de un logro propio. Así, el 3 de mayo, ya afirmaban que:

…desde que el importante descubrimiento de Roentgen vino a demostrar a nuestros sabios la impotencia de sus teorías para dar una razón de todos los hechos que se verifican en la Naturaleza […] se ha podido observar una reacción muy pronunciada a favor del Espiritismo y de las Ciencias Ocultas en general. […] Al hablar del invento de Roentgen, o rayos que atraviesan los cuerpos opacos, no pudo menos que figurar el nombre del insigne físico Crookes […] Se ha mencionado la fotografía espiritista para encontrar alguna correlación con el nuevo invento; se ha investigado en los libros y anales del magnetismo donde se vio con gran sorpresa que con el nombre de fluido, luz ódica, astral, etc., se designaba un agente invisible, perfectamente conocido por los magnetizadores y de propiedades idénticas a las de los rayos de Roëntgen (sic). (“Boletín de la semana”, 1896)

El “od” (o luz ódica) mencionado en la cita precedente fue el elemento preferido para armar la correspondencia con los rayos de Röntgen, correspondencia que en realidad terminó siendo una identificación del uno con los otros. El “od” era una especie de energía magnética presente en todos los seres y las cosas, cuyo manejo estaba a cargo de los magnetizadores, y cuya visibilidad era captada sólo por sonámbulos y sensitivos. Por tanto, la principal importancia de la irrupción de los rayos X fue, entre las variadas apropiaciones, la de identificar en ellos la versión aceptada por la ciencia oficial del antiguo y esotérico “od”, presente en diferentes religiones (Du Prel, 1896).

Tiempo más tarde, cuando se conocieron las primeras noticias sobre los llamados “rayos Becquerel”, tanto espiritistas como teósofos y magnetológicos intentaron fusionar la novedad con conceptos y creencias anteriores que cada corriente defendía, vinculadas sobre todo con el cuerpo y el espíritu humanos. Tanto Constancia (“Los rayos Becquerel”, 1901a) como Philadelphia (“Los rayos Becquerel”, 1901c) reprodujeron una nota original de La Nación, “Los rayos Becquerel”, en la que con entusiasmo se concluía: “Esto prueba que nos hallamos rodeados de radiaciones de toda especie, cuyas propiedades y energías apenas conocemos y que acaso constituyen las fuerzas secretas que influyen en la vida humana” (“Los rayos Becquerel”, 1901b). En Philadelphia, se afirmaba que los experimentos de Röntgen, Becquerel y Le Bon no hacían más que corroborar lo que Madame Blavatsky ya había adelantado en La Doctrina Secreta sobre un cuarto estado de la materia (Marques, 1899). Por su parte, en la Revista Magnetológica, en 1902, se reforzaron las reflexiones sobre “radioterapia”, especie de terapéutica por la luz que venía aplicándose sobre plantas, pero que con la irrupción de Becquerel comenzó a concebirse para todos los seres en general (“Radiocultura”, 1902; “Radioterapia”, 1902). Para los miembros de la Sociedad Magnetológica Argentina, el magnetismo era justamente una “radiación vital que todos poseemos con los demás cuerpos de la naturaleza, susceptible de ser transmitida, sea por emisión o vibración considerando la voluntad (agente moral) como motor del fluido (agente físico)” (“Magnetismo e hipnotismo”, 1902). La irrupción de la radioactividad insufló nuevos aires a esa “radiación” humana, originalmente concebida por Franz Mesmer en siglo XVIII como “magnetismo animal”.

En La Verdad, otra revista teosófica, se trazaba la correspondencia entre la radioactividad y los rayos N, en un entusiasta festín sincrético: “Charpentier ha observado que también nuestro cuerpo emite radiaciones (rayos N), que actúan como el Radium sobre las materias fosforescentes, y adelanta la hipótesis de que en ellas puede residir el secreto de los fenómenos telepáticos y espíritas no explicados todavía” (“El Radium y la nueva teoría sobre la constitución de la materia”, 1905). Lo cierto es que, a partir de 1904, los rayos N, sobre todo en la versión de Charpentier, constituyeron el punto más alto para los espiritualistas con ambiciones científicas, el momento de mayor correspondencia entre un descubrimiento legitimado por las ciencias y una creencia previa. Es así que, en una entrevista al propio Augustin Charpentier, que Constancia transcribe de El Fígaro de París, leemos sentencias que caen como bálsamo para sus esperanzas:

Cuando se descubrieron los rayos X nadie se imaginó que se pudiera hacer una prueba tan constante de ellos. Hoy día, sin embargo, la utilización de esos rayos es una rama muy importante de la medicina. Volviendo a los rayos N, le diré que, desde el punto de vista de las relaciones fisiológicas, estos rayos tienen una importancia capital. Permiten establecer la correspondencia que existe entre los fenómenos de la vida y los fenómenos físicos. En la máquina humana, lo mismo que en los cuerpos inanimados, los rayos N desempeñan un gran papel. (“Los rayos N. Su presencia en el cuerpo humano”, 1904)

Al terminar la nota, observamos un contrapunto curioso entre las conclusiones del entrevistador y la redacción de la revista Constancia: el primero, tomando como válidas las declaraciones de Charpentier, declara no obstante que éstas constituyen la “condenación de los magnetizadores y ocultistas que pretenden ya explicar su influencia sobre los seres por medio de los rayos N”; a lo que una Nota de la Redacción responde: “por el contrario, este importante descubrimiento viene a corroborar y no a condenar las teorías de los magnetizadores” (“Los rayos N. Su presencia en el cuerpo humano”, 1904; subrayado en el original).

Los rayos X y la radioactividad en la narrativa fantástica

Las conjeturas sobre los poderes de los rayos y la radiación, así como la superposición del lenguaje científico con el ocultista, también estuvieron presentes en la narrativa fantástica de entresiglos, a modo de una respuesta literaria o de una resolución simbólica de ciertas tensiones de su contemporaneidad cultural. Si en el ámbito del periodismo, de las ciencias y de las pseudociencias había oscilaciones en torno a la concepción de estos rayos, si era posible hallar fabulaciones como las de Federico Haft sobre los estados de sonambulismo y catalepsia, como las del Sr. Bohn sobre la creación de monstruos por medio de la radioactividad o como las del redactor de La Semana Médica sobre el reemplazo de los médicos por las máquinas de rayos X (todos ejemplos vistos en páginas anteriores), la literatura fantástica avanzaba entonces en la verificación empírica –dentro de la trama– de los atributos superpoderosos de los rayos. Asimismo, un ejercicio frecuente de estos relatos era reencauzar, a través de un razonamiento por analogía, el uso de los rayos y de los materiales radioactivos hacia objetos inusitados, sobre todo de naturaleza abstracta o espiritual.

En este sentido, el temprano relato de Rubén Darío, “Verónica”, publicado, como ya señalamos, a menos de dos meses del descubrimiento de Röntgen (Darío, 1896), representa un paradigma de ese razonamiento por analogía en el marco de una ficción fantástica, una analogía técnico-espiritual o técnico-mística.

R. Darío, “Cuentos raros. Verónica”, La Nación, 16 de marzo de 1896.

Si bien la atención de Darío a personajes, espacios y creencias del catolicismo no será compartida por los otros cultores del fantástico que se ocuparon de los rayos, sí lo será la figura del científico aficionado, autodidacta y experimentador, así como el desenlace trágico de los experimentos que ponían en contacto el más allá o lo sagrado con instrumentos o técnicas científicas.

Efectivamente, el protagonista de “Verónica”, fray Tomás de la Pasión, “un espíritu perturbado por el demonio de las ciencias”, dominaba un amplio espectro de disciplinas: “había estudiado las ciencias ocultas antiguas”, había leído a Paracelso y Alberto El Grande, y por “la ciencia había llegado a penetrar en ciertas iniciaciones astrológicas y quirománticas” (Darío, 1896, p. 3). Desplegando una estrategia de verosimilitud muy frecuente en los relatos fantásticos de esta época, Darío incluye explícitas referencias que unen el mundo del relato con el de los lectores. Es por eso que el fraile toma conocimiento de los rayos X de la misma manera en la que los lectores lo estaban haciendo, esto es, a través del diario:

Llegó a manos de fray Pedro un periódico en que se hablaba detalladamente del descubrimiento del alemán Röntgen, quien había encontrado la manera de fotografiar a través de los cuerpos opacos; supo lo que era el tubo Crookes, de la luz catódica, del rayo X. Vio el facsímil de una mano cuya anatomía se transparentaba claramente, y la figura patente de objetos retratados entre cajas bien cerradas. No pudo desde ese instante estar tranquilo. ¿Cómo podría él encontrar un aparato como los aparatos de aquellos sabios? ¿Cómo podría realizar en su convento las mil cosas que se amontonaban en su enferma imaginación? (Darío, 1896, p. 3)

Es mientras Tomás especula con los alcances de esta nueva técnica cuando aparece en el relato un razonamiento por analogía novedoso, que contradice todo el campo semántico de lo satánico y lo pecaminoso con que el narrador presenta sus acciones. Fray Pedro entiende que los avances de las ciencias, sobre todo cuando, como en el caso de los rayos, parecen revelar fenómenos lindantes con lo sobrenatural, pueden ayudar a consolidar la religión y no a contradecirla, en la medida en que ofrecen “pruebas” de lo trascendente:

Si se fotografiaba ya lo interior de nuestro cuerpo, bien podría pronto el hombre llegar a descubrir visiblemente la naturaleza y origen del alma; y, aplicando la ciencia a las cosas divinas ¿por qué no?, aprisionar en las visiones de los éxtasis, y en las manifestaciones de los espíritus celestiales, sus formas exactas y verdaderas. ¡Si en Lourdes hubiese habido una instantánea, durante el tiempo de las visiones de Bernardetta! ¡Si en los momentos en que Jesús, o su Santa Madre, favorecen con su presencia corporal a señalados fieles, se aplicase la cámara oscura!… ¡Oh, cómo se convencerían los impíos, cómo triunfaría la religión! (Darío, 1896, p. 3)

Es, entonces, como producto de este razonamiento por analogía y por esta curiosa forma de fe en la ciencia, que Fray Tomás quiere convertirse en la moderna y científica Verónica, es decir, el hombre que emule esa milagrosa impresión del rostro de Cristo en el Santo Sudario durante su vía crucis, pero usando ahora la máquina de Röntgen. De allí el título de esta primera versión del cuento, que en 1913 Darío cambiará por “La extraña muerte de Fray Pedro”, y al que le agregará otros elementos (véase Torres, 2008, pp. 73–83). Concibiendo en términos literales una metáfora (en la hostia está el cuerpo el Cristo) o buscando verificar científicamente una creencia religiosa, Fray Tomás consigue de manos de un fraile con “patas de chivo” la máquina de rayos X y, tras “fotografiar” su mano, frutas y estampas dentro de libros, “una noche por fin se atrevió a realizar su pensamiento”: radiografiar “la sagrada forma”. Si bien Tomás muere por su osadía de poner en contacto lo celeste y lo terreno con una máquina del diablo, lo cierto es que la analogía se verifica empíricamente y el rostro de Cristo queda allí, en el piso, perfectamente visible, plasmado en la placa fotográfica.

Lejos del ideario católico del pecado, pero igualmente fascinado por el surgimiento de nuevas “fuerzas extrañas” gracias a la investigación científica, así como por los solapamientos entre ciencia y ocultismo, Lugones también tramitó en clave fantástica las aristas del explosivo descubrimiento de Röntgen. Me he ocupado en detalle de sus cuentos cientificistas y ocultistas en otros trabajos (Quereilhac, 2015, 2016), de modo que apuntaré aquí sólo la forma en que, en uno de sus cuentos, “La fuerza Omega”, el nombre de Röntgen sirve para poner en serie la fuerza sobrenatural que descubre el científico del relato, un hombre también cercano a las ciencias ocultas. El “sencillo sabio” del relato presenta de esta manera su hallazgo:

He descubierto la potencia mecánica del sonido. Saben ustedes […] bastante de estas cosas para comprender que no se trata de nada sobrenatural. Es un gran hallazgo, ciertamente, pero no superior a la onda hertziana o al rayo Roentgen. A propósito, yo he puesto también un nombre a mi fuerza. Y como ella es la última en la síntesis vibratoria cuyos otros componentes son el calor, la luz y la electricidad, la he llamado la fuerza Omega. (Lugones, 1996, p. 100)

R. Rojas, La psiquina. La Novela Semanal, año I, nº 6, 24 de diciembre de 1917.

Un relato menos conocido de la época es “La psiquina”, de Ricardo Rojas. Antes de ser publicado en la colección La Novela Semanal, en 1917, ya se había dado a conocer en La Nación, cerca de 1906, de modo que fue concebido en el marco de las sucesivas presentaciones de rayos nuevos y de la radioactividad9. Asimismo, la acción de la trama transcurre en 1905, en Buenos Aires. Como en los casos de “La fuerza Omega” o “El Psychon” de Lugones, aquí un científico, el Dr. Farnes, descubre un nuevo alcaloide al que llama “psiquina”, que tiene la particularidad de separar el doble astral o el alma del cuerpo, y luego hacerlo retornar, con lo cual concretaría un viaje por la muerte. Esta sustancia no funciona, sin embargo, sin antes ser expuesta a la radioactividad, esto es, sin antes ser “roentgenizada” (Rojas, 2009, p. 192). El científico del relato también domina, como los anteriores, tanto nociones de ciencia materialista como de ocultismo. Se dice de él que se había obstinado en “rasgar, por el camino de las ciencias experimentales, el velo de las cosas ocultas” (Rojas, 2009, p. 184) y que, como especie de “sacerdote de las ciencias”, iba transformando la física y la química modernas en “un verdadero esoterismo científico” (Rojas, 2009, p. 188).

Ahora bien, ¿en qué sentido se toma la radioactividad en este relato? En un sentido muy parecido al que se analizó más arriba, en torno a las ideas de vitalismo, energía eterna y posibilidad de generar vida. Porque la hipótesis de Farnés, estructurada como las otras en una analogía, sostiene que la inteligencia, el alma o nuestro doble astral es materia radiante y que, por lo tanto, si un paciente es inyectado con la psiquina “roentgenizada”, puede potenciar su doble espiritual, darle vida autónoma y lograr que vuelva antes de que la muerte invada definitivamente al cuerpo en estado de catalepsia. Esa es justamente la experiencia que Farnés ensaya en su mejor amigo, Julio Herrera. Como en los relatos anteriores, el éxito empírico de la experiencia es contundente: Herrera vuelve de la muerte y logra escribir en un papel todo lo que vio; pero a los pocos minutos, cae muerto sin retorno. Como se ve, en el relato los que pagan el costo de la osadía son los sujetos; pero la verdad de las teorías que arman híbridos material-ocultistas sale siempre fortalecida.

Horacio Quiroga, por su parte, incorporó los rayos N para dos de sus ficciones, conectadas entre sí por ciertas referencias internas. “El retrato” (Quiroga, 1910), publicada en Caras y Caretas y “El vampiro” (Quiroga, 1927), editada en La Nación, hablan de prodigios fotográficos y cinematográficos producidos por efecto de los rayos N. En el primero de ellos, Quiroga retoma un tema ampliamente reseñado en los periódicos: la posibilidad de imprimir imágenes mentales directamente en la placa fotográfica, sin máquinas intermediarias.

Con referencias a Gustave Le Bon y a su teoría sobre la luz negra (mencionada más arriba), el narrador presenta las experiencias del inglés Rudyard Kelvin, homónimo del famoso físico, a quien conoce en un viaje en barco. Kelvin “había investigado hondamente en lo que llamaríamos magia negra de la luz: rayos catódicos, rayos X, rayos ultravioletas y demás” (Quiroga, 1993, p. 988). Kelvin descubre que, si evoca la imagen de su novia muerta frente a una placa sensible, iguales a las utilizadas por Le Bon, puede obtener su vivo retrato. Logra repetir el experimento en numerosas ocasiones, hasta que, cuando deja de quererla, la dama aparece muerta en su retrato. Lo curioso es que el ayudante de laboratorio, semanas más tarde, logra revivirla, por el poder del “ínfimo cariño” que aún tenía por ella. Aquí, los rayos sirven a Quiroga tanto para narrar una fantasía científica como para renovar los tópicos del amor después de la muerte y de las fuerzas “físicas” del deseo, presentes en muchos de sus relatos. Es, justamente, una vuelta de tuerca a estos tópicos lo que logra más tarde “El vampiro”, que también ensambla el deseo amoroso con prodigios técnico-espirituales, aunque ya no relacionados a la fotografía sino al cinematógrafo.

En “El vampiro”, la mención de los rayos N (bajo la variante “N1”) es explícita: un diletante de las ciencias, Rosales, le escribe al alter ego de Quiroga en cuestiones de cine, Guillermo Grant, para que le brinde más información sobre los rayos N1, rayos sobre los cuales había escrito tiempo atrás. Se retoma así la hipótesis de “El retrato” para formular la que estructurará este cuento:

Si la retina impresionada por la ardiente contemplación de un retrato puede influir sobre una placa sensible al punto de obtener un doble de ese retrato, del mismo modo las fuerzas vivas del alma pueden, bajo la excitación de tales rayos emocionales, no reproducir, sino “crear” una imagen en un circuito visual y tangible. (Quiroga, 1993, p. 719)

Rosales detecta el poder de los rayos N1 en la cinta cinematográfica para afirmar que ese efecto vital de las películas, esas miradas humanas, esa carga erótica de las stars de Hollywood no son producto de la luz, sino de la radiación de vida que el celuloide ha logrado absorber:

La gran cantidad de vida delatada en su expresión me había revelado la posibilidad del fenómeno. Una película inmóvil es la impresión de un instante de vida, y esto lo sabe cualquiera. Pero desde el momento en que la cinta empieza a correr bajo la excitación de la luz, del voltaje y de los rayos N1, toda ella se transforma en un vibrante trazo de vida, más vivo que la realidad fugitiva y que los más vivos recuerdos que guían hasta la muerte misma nuestra carrera terrenal. (Quiroga, 1993, p. 719)

Fusionando un efecto propio del arte (la posibilidad de transmitir una intensa y vívida impresión de realidad, o de despertar emociones y deseo sexual), con un fantasioso prodigio técnico (la concreta vibración de rayos N1 en la película, esto es, la materialización del punto anterior), Quiroga embarca al personaje de Rosales en un temerario experimento: extraer a una actriz de su film, una actriz de la que se ha enamorado. Su desvarío lo lleva, incluso, a asesinar a la mujer real para vivificar aún más a su espectro. Y si bien, como en los relatos anteriores, observamos un desenlace trágico para los personajes (Grant termina internado en un psiquiátrico y Rosales, vampirizado por el espectro “escotado” de la star), el experimento resulta exitoso desde el punto de vista de la verificación de la hipótesis: ese resto de rayos N1 le permite al vampiro pasar de la pantalla al plano real.

P. Angelici, El homunculus. La Novela Semanal, año II, nº 58, 23 de diciembre de 1918.

Finalmente, en otro ejemplar de La Novela Semanal, “El homunculus” (1918), publicado por el periodista Pedro Angelici, se vuelve a apelar a la radioactividad y a su potencial para la “generación espontánea” de la vida, en un sentido parecido al que se reseñó más arriba a propósito de las teorías de Burke refutadas por Ramsay, aunque aquí la referencia científica inspiradora parece ser Ernst Haeckel, mencionado en numerosos pasajes del texto (véase Capanna, 2009, p. 174).

En esta truculenta historia que transcurre en Italia, se narran los experimentos del profesor Lo Russo para crear vida a partir de una gelatina inanimada, utilizando para ello el incentivo de la radioactividad. Catedrático de química biológica y, al mismo tiempo, admirador de los alquimistas, Lo Russo se embarca en una bizarra búsqueda alternativa de un hijo para una mujer estéril, de la que presuntamente está enamorado. Las concesiones sentimentales al formato de La Novela Semanal no obturan, empero, lo significativo de la fantasía cientificista sobre la radioactividad, “esa fuente de energía misteriosa que se desarrolla de su continua trasformación” (Angelici, 2009, p. 236). Para Lo Russo, “lo que la radioactividad, diseminada al azar por el universo, había empleado millones de años en llevar a cabo, él podría, gracias a las virtudes de su sicanio aplicado directamente y en proporciones relativamente enormes, efectuarlo en un período de tiempo tal vez brevísimo”. Así, dando por sentado que el origen de la vida en la tierra se dio por acción de la radioactividad, Lo Russo efectivamente crea vida animada en su preparado radioactivo. El resultado, empero, no es el hermoso bebé que esperaba la mujer, sino un monstruoso homunculus, que termina asesinando a su creador.

Nuevamente, una concepción vitalista y aun ontogenética de la radioactividad sostiene esta fantasía sobre vida artificial, en la medida en que se le atribuye el origen de la vida. El resultado es, por cierto, monstruoso y algo anacrónico (el homunculus de los alquimistas), pero no por ello deja de ser la concreción del poder vital de la radioactividad.

Reflexiones finales

En el recorrido por este corpus de narraciones fantásticas, es posible detectar que tanto los rayos como la radioactividad han funcionado como agentes espiritualizados, como portadores de energía “viva”; lejos de ser meros fenómenos físicos, portaron, en estas fantasías, el secreto último de lo animado. La particularidad de develar lo oculto de los rayos de Röntgen se combinó, así, con la actividad incesante de los materiales radioactivos, y el resultado fue una concepción de ambos fenómenos como los portadores del secreto de la vida: los rayos vivos que “impregnan” las fotografías y los films, la energía que puede hacernos regresar de la muerte o crear vida artificial. Es decir, se resignificó con ellos una dimensión existencial o religiosa preexistente a los descubrimientos.

Sin dudas, fue en la literatura donde se extremaron y potenciaron las proyecciones fantásticas sobre los rayos y la radioactividad, acorde a su explícita inscripción en la ficción; no obstante, es imposible sostener que estas narraciones fueron meras invenciones individuales. Todas ellas se gestaron y circularon en un contexto cultural propenso a las especulaciones sobre las nuevas maravillas científicas, del que el arco de recepción de sendos descubrimientos, revisado en este trabajo, es testimonio. Tanto en las formas de la divulgación periodística como en las repercusiones en los ámbitos ocultistas y en las ficciones literarias pareció existir una constante proyección de los inventos y descubrimientos hacia el terreno de los misterios existenciales, de la mística, del origen de la vida. Como si todas esas radiaciones hubiesen logrado atravesar no sólo los cuerpos blandos de la anatomía humana, sino también esas otras zonas intangibles de las creencias laicas y la imaginación razonada; esas zonas en las que, durante los años de entresiglos, resurgió una forma secular y fascinante del pensamiento mágico.

Bibliografía

*Imagen de portada: “A través de los rayos X”, Tapa de Caras y Caretas, año XV, núm. 738, 23 de noviembre de 1912. Al pie de la ilustración se lee: “Los candidatos a la gobernación de Córdoba palpitando los resultados del escrutinio. (Curiosa radiografía enviada por nuestro corresponsal fotográfico, donde se ve que los corazones han tomado forma de urna).”

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Instrucciones de citado en la versión PDF.

  1. “By February, the bones of Frau Rötgen’s hand had been reproduced in hundreds of newspapers and magazines.” (Lavine, 2013, p. 11): “Los huesos de la mano de Frau Röntgen habían sido reproducidos en cientos de periódicos y revistas” (las traducciones de todas las citas del original en inglés son mías). En La Nación, se reproduce un grabado el día 15 de febrero de 1896.
  2. En la tapa interior, acompañando el artículo “El microbio fiebre amarilla. Aislado en Buenos Aires” (1899), Caras y Caretas exhibió ilustraciones del microbio y afirmaba “¡Eureka! El infernal e insidioso bichito de la fiebre amarilla es, puede decirse, persona civil, con existencia comprobada y positiva”. Años más tarde, una imagen similar ya se usó como parodia de la política económica en un artículo titulado “Descubrimiento prodigioso. Análisis microscópico de un peso moneda provincial, clandestina” (1907).
  3. “Como difusos ecos que desde lejos se funden / en tenebrosa y profunda unidad / tan vasta como la noche y la claridad / los perfumes, colores y sonidos se responden”. (Baudelaire, 1996, p. 43)
  4. Durante el proceso de escritura de este texto, intercambié opiniones y fuentes hemerográficas con Mauro Vallejo, quien estaba también escribiendo sobre el tema. Su artículo “La temprana recepción de los Rayos X en Buenos Aires (1896-1897): medicina, esoterismo y fantasías plebeyas” se encuentra en prensa, próximo a salir en Revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos. Le agradezco sinceramente su generosidad en la lectura.
  5. “Las primeras insinuaciones de las propiedades únicas de los rayos X, por lo tanto, llegaron al público general antes que a las audiencias especializadas. The [New York] Sun publicó noticias acerca de los rayos X dos días antes que cualquier revista técnica”.
  6. En las radiografías originales, a diferencia de las actuales, los huesos se veían negros y las partes blandas, casi blancas; éstas eran las atravesadas por los rayos que impregnaban la placa, develando así el contorno de los huesos.
  7. “Se ha dicho también que esta nueva luz puede penetrar la carne humana. La lectura de pensamiento ya era suficientemente mala, pero ahora viene un instrumento que puede leer los secretos más internos del corazón… Las posibilidades de esta nueva invención son terribles.”
  8. “Si Rutherford sintió verdaderamente alguna aprensión, esta fue que sus colegas científicos mirarían de reojo estas pretensiones extraordinarias. El público, sin embargo, inusualmente atento a estos desarrollos tal como fueron reportados por la prensa, estaba fascinado por la posibilidad de semejante ‘alquimia’”.
  9. Ronald Hilton señala que Rojas había publicado “La psiquina” en 1906: “Esta obra, poco leída hoy, porque los opium-eaters no están de moda, tuvo bastante éxito, y fue traducida al inglés por el norteamericano Peter Goldsmith, bajo el título The Mysterious Alcaloid” (Hilton, 1958, pp. 258–259).

Dra. en Letras (UBA) Investigadora del CONICET (Instituto Ravignani - UBA)